el de Rosa Brun, que en 1989 mostraba una obra donde dos superficies blancas ensuciadas
se superponían y desplegaban sobre un muro también blanco que les daba
soporte. Lo leve, la materia casi sin huella autoral, la amplificación de las fronteras
de lo sensible y la desarticulación de los límites de la pintura se tornan clave a
la hora de entender cómo busca lo fronterizo, las fracturas del sentido. Todos ellos
son artistas que comparten preocupaciones por la expansión de la pintura, como
lo harán también Almudena Fernández, Iñaki Gracenea, Álvaro Negro –que en los
noventa todavía se expresa en el cuadro–, Felicidad Moreno o Arancha Goyeneche.
Otros artistas conciben la pintura al margen de los planteamientos convencionales
y mantendrán en su obra un equilibrio constante que revisa las formas
geométricas a partir de características sensoriales. Sin insistir en un método concreto,
investigarán sobre el acto pictórico a través del color y la forma. Un ejemplo
es Eduardo Barco, que se adentra en el espacio físico para sintetizar sus rasgos
esenciales, corroborando esa fusión de disciplinas que disimulan las fronteras del
lenguaje al proyectar nuevos caminos de interpretación desde el plano pictórico.
Pero también podríamos citar a Rufo Criado, Tatiana Medal, José Piñar, Felicidad
Moreno, Charo Pradas, Daniel Verbis o el omnipresente Luis Gordillo, que abren así
las puertas a una tendencia del siglo xxi, producto de la promiscuidad de la imagen
contemporánea: la deriva neobarroca. Bien por exceso o reducción extrema, por superabundancia
o escasez, por complejidad o simplicidad, será la cualidad de llegar
al extremo lo que acabe por definir una actitud barroca en la pintura contemporánea,
predominantemente híbrida y cada vez más tendente al collage, a la disolución
de las disciplinas, a la combinación de lo digital y lo analógico.
Desde fuera. Momentos de la abstracción Lo que sucede en la España de los noventa y, en
general, con el mundo de la abstracción en el siglo xx, es producto de un cuestionamiento
de la propia pintura, como discurso, como consecuencia de una serie de
hechos históricos que comenzaron con la intención de destruir el espacio pictórico.
La historia podría nacer en Caravaggio, uno de los pioneros en esa lucha, que
deconstruyó los principios clásicos de la pintura destilando su condición de lenguaje
en discurso, en posibilidad. También Rubens exprimió las potencialidades
del espacio pictórico, aunque es verdad que todavía quedaba ultrapasar los límites
de ese espacio. Aunque será Turner quien descompondrá el lugar de la pintura, alejándose
de la representación de la realidad para procurar los valores plásticos que
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