En 1490 Leonardo da Vinci realizó El hombre de Vitrubio, tomando como
base los textos de arquitectura del famoso escritor romano. Con este
dibujo trató de revestir al artista con un halo creativo y de vincular
la arquitectura al cuerpo humano, poniendo énfasis en la racionalización
constructiva, en la geometría y en la aplicación matemática de
la Sección Áurea, responsable de regular las proporciones clásicas de
la belleza. Casi quinientos años más tarde, Frank Lloyd Wright y Le
Corbusier aplicaron esos conceptos en sendos proyectos arquitectónicos
que pasarían a la historia por su carácter innovador: el primero
levantaría el Museo Guggenheim de Nueva York en 1959 y el segundo
acabaría de construir la Unidad Habitacional de Marsella en 1952. En este
último trabajo, Le Corbusier aplicó su Modulor, un sistema de medidas,
de creación propia, que tomaba como referencia la escala humana,
donde cada proporción se relacionaba con las otras según un Número
Áureo en un afán por encontrar una completa armonía entre el edificio
construido y el hombre que lo habitaría. Ambos arquitectos influyeron
notablemente en la trayectoria de Tony Smith, quien emplearía
algunos de sus procedimientos teóricos en sus diseños constructivos
hasta finales de los años cincuenta. Sin embargo, este artista daría
un cambio radical en su trayectoria para decantarse por la producción
escultórica y adherirse a los preceptos del movimiento minimalista,
cuya principal característica radicaría en el destierro de la dictadura
del genio artístico, de la pasividad del espectador y del entorno, así
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