emana de cierta mística o misterio, que se manifiesta como un rumor indefinido o,
más dramáticamente, como silencio.
Otro caso singular fue el de Santiago Serrano, preocupado por pintar la pintura,
un tipo de abstracción después de la abstracción cercana a la propuesta por artistas
como Marcia Hafif. Serrano compartió exposición en la sala PROPAC con uno de los
grandes pintores de la figuración madrileña, Carlos Alcolea, así como con Nacho
Criado. Eran tiempos donde se significaban un grupo de artistas defensores de la
pintura-pintura como José Manuel Broto, Javier Rubio, Xavier Grau y Gonzalo Tena.
También algunos abstractos sevillanos como el citado Gerardo Delgado, José Ramón
Sierra o Juan Suárez. Pero será, sobre todo, Miquel Barceló quien se convierta en
paradigma de la euforia de la pintura y del triunfo joven, con una influencia de la
transvanguardia italiana y un muy temprano reconocimiento público. Lo mismo
podríamos decir de José María Sicilia, preocupado por los problemas de lo que se denominó
la “pura pintura”, o Darío Álvarez Basso. Curiosamente, no será hasta más
tarde cuando se reivindican de manera seria figuras como Ferran García Sevilla, que
se había convertido a la pintura procedente del conceptual en los años ochenta para
proyectarse desde un estilo post-expresionista donde una serie de figuras imprecisas
emergían de fondos de gran dureza abstracta. La abstracción se da entonces también
a partir de una figuración delirante, como la propuesta por Zush; a través de
la pintura que nace alrededor de la materia, a veces violenta y a veces más sensual y
gráfica, como es el caso de Carmen Calvo; las propuestas abismales de Rafa Forteza;
u otros artistas como Anxel Huete, Víctor Mira, Alberto Datas o Antón Patiño.
Sin embargo, en España se entra en los noventa con un curioso predominio de la
escultura, que dominará la segunda mitad de los ochenta y que podría tener un arranque
simbólico en la exposición En tres dimensiones, organizada por Fundació la Caixa en
1984. A nombres como los citados de Schlosser, Lootz o Miura, o un Sergi Aguilar
que venía exponiendo con regularidad ya desde mediados de los setenta, se sumaban
otros más jóvenes como Susana Solano, Ángeles Marco, Fernando Sinaga o Tom Carr,
entre los abstractos. En muchos casos el punto de partida será el Minimal; en otros el
Povera. En algunos casos, una mezcla de ambos estilos. Pero lo que es una evidencia
es que cada vez son más las técnicas y los procedimientos, seguramente fruto de que
la escultura abraza antes que la pintura lo que hasta entonces no podíamos considerar
exclusivo o específico de la escultura. En otras palabras, podríamos decir que la
escultura se vuelve mestiza en los ochenta y entra en los noventa habiendo ensanchado
su horizonte y sus límites, ampliando su catálogo de materiales –que pasa a ser
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