dados de la crítica del momento para convencer tanto al Instituto de Cultura Hispánica
(soft power del régimen) como a los posibles inversores de la inocuidad de los
nuevos tintes surrealistas y existencialistas de la pintura informalista dice mucho
de la voluntad de todo un cuerpo social español interesado ya no sólo en prometer
una práctica cultural sosegada políticamente sino también en someter a la propia
tradición mediante un filtro correctivo. La paulatina recuperación de algunas de
las vanguardias de preguerra (surrealismo, cubismo, constructivismo, abstracción)
vendrá coloreada –y con notable éxito– por una desideologización de sus premisas
originales, lo que supondrá recibir el aval de las autoridades (con alguna excepción).
Este principio de actuación, que tan buenos rendimientos ofreció a artistas
e instituciones a la hora de prodigar la normalidad de todos –especialmente en el
extranjero–, acabará dotando al sistema cultural oficial de una plataforma sólida,
siendo, a la muerte de Franco, el marco de referencia institucional de los gestores
de la transición. Así, de la misma forma que el informalismo adoctrinal fue capaz
de sentar a la mesa a tirios y troyanos en los años 1950, la desideologización del
arte a finales de los años 1970 fue el instrumento que hizo posible la recuperación
del informalismo colaboracionista como modelo de política artística, condenando
a todas aquellas prácticas inextricablemente conducidas políticamente (una parte
sustancial del exilio, las prácticas de Estampa Popular, el conceptualismo, el feminismo)
a ser operadas bajo meros criterios de bienestar y cohesión nacional. Buen
botón de muestra de este proceso fue la adscripción por parte de los representantes
de la “tercera vía” de todo un nuevo conjunto de prácticas sociales micropolíticas
surgidas en los años 1970 –y ajenas al juego de las élites– a la categoría de “pasotismo”,
relegándolas a los márgenes del debate sobre la construcción de un nuevo
espacio social en democracia.
Acaso el mejor ejemplo del creciente mito postfranquista del informalismo en el
marco del ecumenismo cultural de los años 1980 es el papel social de algunos de los
más relevantes artistas informalistas tras el establecimiento e implementación de
las administraciones autonómicas, en especial durante los años 1990. Y lo es, porque
espeja con potencia el palimpsesto semántico que el informalismo ha ido adquiriendo
a través del tiempo, haciendo buena la premisa establecida por Tzvetan
Todorov respecto a que poco importa la realidad o verdad del mito frente al uso que
se hace de él. Los gobiernos y empresas de ciertas Comunidades Autónomas pasaron
a patrimonializar algunas de las figuras artísticas más relevantes de la historia
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