que utiliza la abstracción como procedimiento. Son trabajos que se sitúan en la intersección
de la pintura, la escultura, la instalación y la arquitectura, integrándose
y dependiendo del lugar, entre lo ilusorio y lo material, lo social y lo doméstico, lo
público y lo privado; una estudiada tensión entre la estructura y el contexto que
encaja perfectamente con el grado de indeterminación del arte del momento. El
caso más paradigmático es el de Ángela de la Cruz, que entiende el bastidor como
extensión del cuerpo, como elemento en el que se prolonga la mano de la artista y
que con quiebros y rupturas convierte lo plástico en protagonista absoluto. Es una
pintura que lleva implícita la impronta de la acción, la dimensión del acto, como
ocurrirá también con un más desconocido Miguel Ángel Molina, residente en París.
No deja de resultar curioso que Miquel Mont y Ángela de la Cruz hayan sido los
artistas con mayor reconocimiento exterior, practicando una pintura capaz de conquistar
el espacio y jugar con los propios límites de éste y de la propia pintura. Antes,
en la década de los ochenta sucederá lo mismo con Eugenio Cano, que trabajará
una pintura objetual crítica con los procesos artísticos capaz de integrar el espacio
expositivo de forma armónica. El caso de Mont y De la Cruz, es diferente, y que se
hayan instalado uno en París y la otra en Londres, integrándose con naturalidad
en ambos contextos, ha facilitado su proyección ajena al desarrollo del contexto
nacional. Prueba de ello es que han sido los dos únicos artistas españoles que han
adquirido reconocimiento en el primer estado vitamínico que tan oportunamente
le ha atribuido Phaidon a la pintura en los últimos tiempos.
Lo cierto es que emergen artistas como Miquel Mont que entienden que la pintura
ya no es un lenguaje de producción de formas sino un concepto marcado que
no puede olvidar los avances y consecuencias del arte conceptual. Trabajar sobre lo
pictórico, sobre el hacer y el hecho de pintar, significa aprehender la pintura como
potencia impura y que en su condición de simulacro, hablar de gestos, escalas, materias
y colores no es lo mismo que antes. Hablamos, en muchos casos, de obras
efímeras, preparadas ad hoc para el lugar del encargo y que permanecerán en el
tiempo más como memoria que como producto físico. Más que hablar de pintura,
que es un término en continua redefinición, hablamos de superficies que ayudan
a generar una imagen, porque cualquier accidente arquitectónico se convertirá en
pretexto para ensayar variaciones pictóricas, como evidenciarán posteriormente artistas
como Daniel Verbis, que pintará primero con materiales extra pictóricos para
después acompañar su pintura con composiciones murales que conforman un todo
indisoluble de corte ornamental, ya entrado el siglo xxi. Otro afortunado ejemplo es
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