aquello que constituía la nueva piel del mundo. En ese sentido, la pintura informalista
se afirma poderosamente como tal pintura a través de sus componentes
físicos –la mancha, la textura y el grosor de la materia aplicada, el soporte arrugado,
cortado, rasgado o quemado– pero también a través de la presencia de su propio
proceso de creación, que ya no consiste en aplicar óleo mediante un pincel a un
lienzo en blanco. Ganan protagonismo técnicas que revelan el gesto del artista, sus
movimientos, su aliento, más allá de cualquier norma. La pintura de Karel Appel o
Asger Jorn, representantes del grupo CoBrA, igual que la pintura de Antonio Saura
o Manuel Millares, representantes del grupo El Paso, son buenas muestras de la
pervivencia de todo ello ya en la década de los cincuenta, cuando el recuerdo de la
Segunda Guerra Mundial comenzaba a alejarse, y cuando el mercado y los museos
europeos habían convertido el informalismo, en todas sus variantes, en la lingua
franca de una nueva modernidad6. El caso de los artistas españoles mencionados, a
los que deberíamos añadir el nombre de Antoni Tàpies, sin duda el de mayor trascendencia
internacional, podría analizarse también desde otra coordenada: las de
los límites y posibilidades de los artistas comprometidos con la vanguardia en el
marco cultural del franquismo.
La pintura del expresionismo abstracto americano es, igual que la pintura informalista
europea, una pintura de lo sublime. Ambas se sitúan a las puertas del
horror asumiendo estar (erróneamente o no) finalmente a salvo. También en su
caso puede invocarse la herencia del surrealismo –recuérdese la presencia en Nueva
York de un verdadero núcleo de surrealistas europeos en torno a la galería de Peggy
Guggenheim, Art of This Century–7, e incluso con el romanticismo, en tanto que
expresiones de mundos interiores o vías no convencionales de relacionarse con el
mundo. Pero en el caso neoyorquino, David Anfam afirma que “el simbolismo –descendiente
del romanticismo– es quizá el precursor más revelador del expresionismo
abstracto”8. Se repite así la existencia de un sustrato de subjetividad desde el que
se antepone el contenido a la forma, el sentido al estilo. De hecho, así lo expresaban
incluso antes de 1945 dos de los artistas que protagonizarían el expresionismo
6 Dore Ashton. À Rebours. La rebelion informalista. 1939-1968. Madrid, Museo Nacional Centro de Arte Reina
Sofía, 1999.
7 Josefina Alix y Martica Sawin. Surrealistas en el exilio y los inicios de la Escuela de Nueva York. Madrid, Museo
Nacional centro de Arte Reina Sofía, 1999.
8 David Anfam. “La ecuación infinita”, en Expresionismo Abstracto. Turner y FMGB Guggenheum Bilbao
Museoa 2017, p. 19.
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