silencio. El “relleno” al que fue sometida la práctica informalista y abstracta espeja
con un alto grado de virulencia el vaciado paralelo de la vida política. La voluntad
manifiesta de la vanguardia abstracta española en subrayar la especificidad de sus
fuentes e inspiraciones históricas, delineando una clara singularidad con respecto
a las que se producían en otros países, no vino acompañada del correspondiente
reconocimiento sobre la singularidad política española ni de precisas apreciaciones
sobre los peligros de asimilar acríticamente el mito histórico español, sustrato más
que evidente del relato espiritual del franquismo.
En este sentido, es interesante atender la tesis sostenida por una parte de la historiografía,
especialmente literaria (Gràcia, Mainer, Trapiello), que plantea la existencia
de una tercera vía sociocultural en los años de la guerra y de la posguerra
(representada por Ortega y Gasset), que sería ajena a posicionamientos ideológicos
y que pretendía construirse mediante una tranquila modernidad europeísta. Esta
perspectiva puede explicar el anhelo de normalidad despolitizada cultivada entre
los artistas del periodo –también como evidencia de contrapoder– pero se revela inútil
a la hora de entender cómo el cómodo cultivo de la “fatalidad” camufló el fracaso
del imaginario burgués y liberal español en relación a la construcción de los
espacios de libertad. El informalismo burgués de los años 1950 se constituyó como
una forma de creación de autonomía de clase, no como un dispositivo tejedor de
argumentos de modernidad crítica capaces de ofrecer alternativas de transformación
social. La mayor parte de los apoyos del informalismo (la burguesía industrial,
el falangismo poético, la diplomacia cultural del estado) encontraron en el
movimiento poderosos argumentos para crear una suerte de espacio sustitutivo de
lo político en el que poder obtener estatus sin afrontar riesgos. De hecho, el papel
de la burguesía católica barcelonesa en el primer sostén de Dau al Set indica cómo
hicieron suyos procedimientos decimonónicos (el club de suscriptores, las veladas
de anfitrión) a modo de proceso de recuperación de los estándares de autonomía de
clase que habían quedado suspendidos durante la revolución anarquista y la posterior
victoria franquista.
Por consiguiente, la tesis de la tercera vía como forma de explicar cómo la normalidad
era el mejor recurso para afrontar la “fatalidad” sustrae del debate una
parte importante de la ecuación: no se afrontaba la singularidad de la dictadura,
sino que se reforzaba su normalización a través de una vida burguesa nuevamente
autorizada gracias a su compromiso con la desconflictuación. Los esfuerzos deno
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