David Barro
LA ABSTRACCIÓN EN LOS NOVENTA
LOS AÑOS DESPINTADOS
No resulta fácil definir qué es y cómo se desarrolla la abstracción en una década tan
dispersa como los años noventa. En primer lugar, porque la pintura abstracta ya
no tiene que ser auténtica y autónoma como se pretendía en la modernidad. Hoy
se enuncia más como interrogante y en consonancia con los logros minimalistas y
conceptuales, así como en relación con el espacio expositivo, convirtiendo en muchos
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casos el continente en contenido.
Desde dentro. Circa 1990 Si nos centramos en España, podríamos aventurar que a finales
de los ochenta es en la escultura donde podemos encontrar la base de lo que será
el arte de los años noventa, una década que se inicia con debates sobre lo espacial y la
necesidad de adecuar la obra a su contexto, interés que derivó en una serie de obras
capaces de vincular el paisaje y la arquitectura a sus propuestas. Entonces se diluye
el concepto de género y se perfilan nuevas teorías y debates. Formalmente, asistimos
a una actitud diferente a la hora de mirar y solucionar las imágenes por parte de los
artistas. La imagen ya no se persigue para mimetizarla, sino que cobra forma una
vez asumida su ausencia. La fisura perceptiva construye el discurso. Los discursos
espaciales se manifiestan también diferentes, una vez aprehendida su condición expandida
y temporal. El desplazamiento, o en otras palabras, el arte como ciencia de
comportamiento, acabará por definir estas actitudes. Naturalmente, en el discurso
entre la preponderancia de la pintura y la escultura, en el que ya en la segunda mitad
de los ochenta tomará ventaja la segunda, ganará progresivamente la apertura hacia
lo fotográfico y ya a finales de década, el videoarte, así como lo conceptual y lo social.
Los más mayores continuaban entendiendo el debate de un modo más gráfico: la
lucha entre picassianos y duchampianos, es ganada claramente por los segundos. Y