Jorge Luis Marzo
el informalismo rebobinado
El relato del informalismo español ha venido condicionado, como en ningún otro
estilo moderno, por las circunstancias políticas en las que se gestó, pero también
por las vicisitudes contextuales posteriores que armaron la narrativa general de lo
que había sido la dictadura y sus relaciones de causa y efecto con la transición y la
democracia. Se trata de una querelle definida por la inextricable relación entre arte y
política en la que vive sumergida la producción artística de los años 1950. Esta hipoteca
es un tema que recibió poca atención en la historiografía artística española
hasta que, a mediados de la década de 1990, surja en ella un mayor interés sobre
la función del arte en un régimen totalitario, y decaiga el género hagiográfico y
sensibilista utilizado durante los años 1980. La gestión oficial del informalismo y
la abstracción en la dictadura se produce en coincidencia con el impulso de modernización
como forma de supervivencia política, pero desinteresándose de la modernidad
y su instrumental. Todos los indicadores señalan que el papel del arte fue
proporcionar estos instrumentos al sistema. De este modo, al reconocer corrientes
similares entre lo ocurrido en los años 1950 y en los 1980, las nuevas perspectivas
historiográficas sugieren que el estudio de la política del informalismo permite observar
de cerca la similitud de la función del arte en sistemas tanto antimodernos
como posmodernos.
El peso del informalismo en el discurso cultural y político de la nación ha sido
fenomenal. Al constituirse en el primer pilar del relato artístico español de la vanguardia
de posguerra, su potencia es fundacional. Durante los años 1950, periodo
de su apogeo, se convirtió paradójicamente tanto en el estilo de la vanguardia oficial
del franquismo como en el baluarte de una primera autonomía artística que
pretendía conservar el espíritu de la radical subjetividad moderna frente a los envites
de un sistema tradicionalista, hipócrita y autoritario. En los años 1960, sujeto
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