ciones formales en el espacio y analizar la estructura de la luz sobre los soportes
y materias utilizadas. Al mismo tiempo realizó unos acrílicos en los que combinó
las formas de la geometría suprematista con fondos empastados procedentes del
expresionismo abstracto que le permitieron reflexionar sobre las calidades táctiles
de su pintura.
En la década de los noventa, Sicilia redujo casi a la nada los niveles de referencia
iconográfica en sus obras para pasar a desarrollar superficies monocromas,
casi blancas, en las que se intuían objetos o figuras. En ellas se podían encontrar
referencias al análisis que hizo Ludwig Wittgenstein del «estado de ver», cuando
afirmaba que debíamos dejar que el uso de las imágenes determinase su posible
significado1. Paralelamente, empezó a utilizar la cera de abejas y el óleo como medios
exclusivos para, según Calvo Serraller, centrar su atención en “la epifanía dramática
de la luz” y dotarla de forma, espesor y sustancia2. Además, la naturaleza
viscosa y termodinámica de la cera convertía a sus obras en entes mutantes donde
quedaban grabadas todo tipo de marcas procedentes del entorno y se hacían presentes
la memoria y el tiempo3. La luz que se apaga fue el nombre de una serie y el
título de una muestra que Sicilia celebró en la galería Soledad Lorenzo de Madrid en
septiembre de 1996. En ella se exhibieron estos once lienzos de intenso color dorado
que, a modo de instalación, nos inducía a pensar en la expresión fragmentada,
interior y silenciosa de un artista que entendía su pintura como una fórmula para
representar la ausencia de límites, la depuración formal y la visión casi espectral de
los sentimientos de angustia existencial.
Así como los efectos de la refracción y el reflejo de la luz sobre las diferentes
densidades de la materia fue el tema principal de las obras de Sicilia, el color y la
espiritualidad lo serían del corpus artístico de Jordi Teixidor. En 1966 se inauguraba
el Museo de Arte Abstracto de Cuenca y este artista junto a su compañero de promoción,
José María Yturralde, comenzaría a trabajar allí como conservador. Fernando
Zóbel, el fundador de la institución, Antonio Saura y, muy especialmente, Gustavo
Torner, le abrirían los ojos al conocimiento de las nuevas tendencias a las que era
1 Wittgenstein, Ludwig. Investigaciones filosóficas, trad. Alfonso García y Ulises Moulines, Barcelona, Altaya,
255
1999, p. 171.
2 Calvo Serraller, Francisco. “La hondura de la Luz”. José María Sicilia: el peso de las lágrimas. Galería Soledad
Lorenzo, del 20 de mayo al 19 de junio de 2004. Madrid: Galería Soledad Lorenzo, 2004, p. 6.
3 Repollés Llauradó, Jaime. Genealogías del arte contemporáneo. Ediciones AKAL, 2011, p. 98.