en el plano del suelo de algunos trabajos de pintura o escultura harán esos trabajos
penetrables y vivibles, conectándolos con la vida. Por eso, una de las opciones más
recurridas será la de crear obras efímeras, preparadas ad hoc y que permanecerán
en el tiempo más como memoria que como producto físico.
La abstracción, como el arte, desborda entonces su lugar para mostrarse sitespecific.
La escultura y la pintura, más allá de esa proyección del campo expandido
teorizado por Rosalind Krauss, se valdrán de lo inmaterial, de la imagen fotográfica
y de la arquitectura. Por supuesto, esta apertura expansiva tiene precedentes claros
en artistas como El Lissitzky y su Espacio Proun, ya en 1923. Pero en España, será en
los noventa cuando muchos artistas se sitúen entre la pintura y la instalación, o
entre la escultura y la instalación, o en algunos casos incorporando el sonido, como
en el caso de José Antonio Orts, a quien podríamos calificar como un artista abstracto
capaz de generar atmósferas sonoras que dependen de la luz y del movimiento.
En otros, se generarán espacios dentro de otros espacios, generando situaciones
abstractas a partir de motivos figurativos, como es el caso de Cristina Iglesias.
Lo cierto es que los primeros ochenta en España fueron dominados por una pintura
de tipo figurativo que será denostada y retirada de los discursos críticos de los
noventa. La pintura abstracta, sin embargo, fue aceptada de otra manera y aunque
como toda pintura estuvo al margen de la moda del momento, será, sin duda, mejor
vista. Históricamente, los referentes en España serán, sobre todo, Antoni Tàpies en
Cataluña y José Guerrero en Madrid, que seguramente fue la figura más reivindicada
por los abstractos. Antes, por supuesto, había dominado el informalismo del
grupo El Paso. Pero son estos dos artistas quienes dan paso a figuras incontestables
que consiguieron mantener un indudable interés en las décadas siguientes, sin dejar
nunca de trabajar, como es el caso de Pablo Palazuelo y, por encima de cualquier
otro, Luis Gordillo, seguramente el artista más insistente y fresco a la hora de perseguir
la imagen. No resulta fácil encontrar mejor ejemplo que Gordillo para entender
lo que es un trabajo obsesivo que nace de violentar la imagen, de excederla,
de desbordarla, en definitiva, de insistir en ella para exprimir sus posibilidades a
partir de las más curiosas variaciones, siempre buscando lo real, es decir, lo imposible,
adelantando de manera temprana preocupaciones y contaminaciones más
propias de los noventa y una más reciente deriva neobarroca que experimentará la
pintura contemporánea internacional del cambio de siglo.
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