en la base de los problemas materiales del arte; del segundo, su condición de pintor
aun cuando incursionaba en otros terrenos aparentemente ajenos. También se hablaba
entonces de la pintura fragmentaria de Néstor Sanmiguel Diest, combinada
con otros medios y marcada por la repetición. Un universo plagado de ítems que se
reproducen en el espacio del lienzo para crear tramas visuales complejas, a partir
de pautas geométricas o de motivos figurativos que se insertan en la superficie del
lienzo como estampaciones o marcas de plantilla y que dan lugar a una criptografía
difícilmente descifrable. Defensor también de la viabilidad de la pintura desde un
plano conceptual es Manu Muniategiandikoetxea, que en sus obras de mediados
de los noventa destilaba, en lo pictórico, los presupuestos conceptuales paradójicamente
contrarios a la pintura. La de Muniategiandikoetxea es, en efecto, una
pintura alimentada de temas antipictóricos, capaz de exprimir la forma, de deconstruir
la imagen. La pintura como actitud, como idea, era trabajada entonces
por artistas transversales, como Pedro Mora, Eugenio Cano o Antoni Socías, entre
otros muchos que tomaron un posicionamiento que les lleva a pensar el por qué
seguir pintando y cómo seguir haciéndolo.
En la primera mitad de los noventa, la Fundació “la Caixa” presentó la muestra
Ver a Miró y la Fundación Juan March una exposición de Kasimir Malévich. Mientras,
Juan Ugalde recibía el Premio de Pintura L’Oreal. En 1994, la geometría poética
de Soledad Sevilla, que en los años ochenta había introducido la instalación
a su proyecto pictórico y que unos años más tarde trabajará su serie de Muros vegetales
donde la figuración se insinúa sobre lo abstracto, recibía el Premio Nacional
de Artes Plásticas. Es un año de importantes muestras de Brice Marden y Gerhard
Richter en el MNCARS, de Paul Klee en el Banco Bilbao Vizcaya en Madrid o de Julian
Schnabel en la galería Soledad Lorenzo. Albert Oehlen, a su vez, exponía su
realidad abstracta en la galería Juana de Aizpuru.
En aquellos momentos, artistas como Juan Ugalde trabajaban en la medianera
entre la fotografía y la pintura pero con una intención plenamente pictórica, ya
que no solo yuxtaponía ambas disciplinas, sino también la figuración y la abstracción,
el campo de lo real y el de lo ficticio. Otros artistas que trabajarán en
un espacio intermedio entre la fotografía y la pintura, aunque siempre desde la
abstracción, son Sean Scully o Darío Urzay, que destilará esta relación desde las posibilidades
del trabajo con el ordenador. Son momentos donde el cuadro pictórico
se extrapola al encuadre fotográfico, recogiendo y combinando la tradición estructural
y rítmica de la historia de la pintura, ya sea en el simbolismo y combinación
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