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FG: Es la oscuridad la que hay que atravesar para llegar a la
luz, es el dolor que te hace aprender, es a través del ritual
iniciático que vamos a comprender, a sentir y a saber. No es
en nuestro intelecto donde nos transformamos, sino dentro
del corazón; donde vamos a perder el miedo a la muerte... Es
el recorrido del filósofo. Como explica el poema, Parménides
es llevado, transportado, impulsado por el poderoso anhelo
de la verdad en un carro, tirado por yeguas y guiado por las
Hijas del Sol, a través de las Moradas de la Noche. Todo en el
poema es femenino. Los ejes trepidantes de las ruedas silban
como flautas. El filósofo alcanza el umbral del tártaro, cerrado
por las Puertas del Día y la Noche, custodiadas por la diosa
Justicia. Las puertas se elevan hasta el cielo. Las Hijas del Sol
se quitan sus velos y susurran bellas palabras al oído de Justicia
para que permita entrar a Parménides al reino de la Diosa. Los
cerrojos se abren, las puertas silban girando en sus enormes
ejes. Ante él se abre un abismo. Más allá de Justicia (Diké) el
filósofo entra en el espacio de Aletheia (la verdad) donde ya
no rigen las leyes de los mortales. La Diosa sin nombre le da
una bienvenida afectuosa ofreciéndole su mano derecha y
dirigiéndole la palabra. Entre otros asuntos, menciona que debe
conocer todas las cosas, “tanto el inquebrantable corazón de la
verdad de hermoso círculo, como las opiniones de los mortales,
para las cuales no hay garantía de verdad … porque es preciso
que todas las cosas aparentes que a través del todo penetran
todas las cosas existan en el nivel de la opinión”. A partir de
ahí, diserta sobre los caminos de investigación que se pueden
pensar: “El uno, que es y que no es posible que no sea, es el
camino de la persuasión (pues acompaña a la verdad), y el otro,
que no es y que es necesario que no sea, camino que te digo
está totalmente repleto de ignorancia. Pues ni podrías conocer
lo que no es (ya que no es posible) ni podrías expresarlo. Pues
lo mismo es pensar y ser. Observa sin embargo que cosas
ausentes están firmemente presentes para la mente. Pues no
impedirás al ser de mantenerse siendo ni que esté disperso por
todas partes a lo ancho del cosmos, ni que esté bien unido. Es
igual para mí por dónde empezar, pues al mismo punto llegaré
de nuevo otra vez”.
MV: ¿Cómo has vivido la vuelta al estudio que ejercitas cada
cierto tiempo, en este caso para trabajar en Al borde del mundo?
FG: Ha sido una vuelta vivida en total libertad. Los últimos años
de trabajo en el Sahara –donde he conocido gente nueva y
maravillosa– han sido principalmente de trabajo en equipo, de
superar dificultades, lo cual me ha aportado una madurez y una
mirada más profunda y más clara de la realidad que somos. He
vuelto al estudio, a mis dibujos y a mirar dentro. Me imagino que
la vida no es una línea de tiempo sucesiva e irreversible sino una
espiral que continuamente se expande y que te lleva de pronto
al mismo lugar del que partiste y al que indefiniblemente vuelves,
para contemplarlo con una mirada enteramente nueva, desde un
fundamento que no es otro que el Ser, el Logos, el Tao, o la nada
viva que realmente somos. A partir de ahí… todo.
Aguas radiantes, 2017. Acuarela sobre papel, 30 x 30 cm