Y remataba el argumento con la mención de unos cuantos
intelectuales y artistas muy diferentes pero que, a su enten-der,
habían logrado un nivel universal “a partir de una pro-funda,
lúcida y comprometida mirada a su propio entorno,
el cual conocen, aman o detestan. El que han sentido y vi-vido,
en definitiva”. Una lista que incluía a Passolini, Buñuel,
Julio González, Tàpies, James Joyce y Dashiell Hammett.
En el número siguiente (el 2/3) de la revista, todavía en
1980, se incluía una “Conversa entre pintors” entre Joan A.
Toledo, Rafael Solbes y Rafael Ramírez Blanco “alrededor de
la línea y el color (y otras cosas)”. Una conversación muy
de artistas, sobre aspectos técnicos de la práctica artística
–la línea, el color, el dibujo, la pintura– que derivó en un
debate sobre el arte contemporáneo, sus raíces, el panora-ma
internacional, las vanguardias y las neovanguardias y la
orientación que había que tomar. Me parece un documen-to
de época de un interés excepcional que los historiado-res
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del arte harían bien en tenerlo presente.
Los años setenta fue una década agitada y vibrante, mar-cada
por una cesura en el medio, en 1975, cuando murió
el dictador Franco y se inició la transición hacia un régimen
democrático. La oposición antifranquista vivió un momen-to
álgido. La incorporación a la actividad política conoció
un salto cualitativo, se transformó en un fenómeno de ma-sas.
Pero la oposición y la renovación de formas y discursos
venía de lejos. Los años sesenta –la época de formación
del Equipo Crónica– marcaron un giro decisivo. Fue en-tonces,
con el nuevo movimiento obrero, las huelgas de
Asturias, el desarrollo económico y la industrialización, el
surgimiento de Comisiones Obreras, el nuevo valencia-nismo
y el impacto de la obra de Joan Fuster Nosaltres els
valencians, el movimiento estudiantil, las protestas contra
la guerra de Vietnam y el Mayo del 68, cuando se inició,
estrictamente hablando, la contemporaneidad.
Manolo Valdés y Rafael Solbes fueron hijos de su época,
testigos y protagonistas de aquel momento. Hicieron su
aparición en 1964, como es muy sabido, con la participa-ción
en la exposición España Libre, de la mano de Vicente
Aguilera Cerni, celebrada en Italia, con el escándalo consi-guiente
y las iras del franquismo. Participaron en la forma-ción
del grupo Estampa Popular en Valencia. En 1965 ya
firmaban como Equipo Crónica, inicialmente con la partici-pación
de Joan A. Toledo, que se separaría posteriormente,
y así se mantuvieron hasta 1981. La iconografía y el sentido
estético de la obra del Equipo Crónica y su evolución son
bien conocidas, y no entraré yo ahora a hacer descripcio-nes
o consideraciones fuera de lugar.
Tan solo diré que su aparición fue fulgurante, que quema-ron
etapas, que pasaron de un discurso descarnado y muy
Fernand Léger + Equipo Crónica + Alberto Corazón
Cartel de la portada de la revista Nuestra Bandera, 1978
Litografía sobre papel, 70 x 49 cm
Solbes, como algunos de los integrantes del equipo de Tre-llat,
había participado en primera persona como miembro
de los órganos de dirección del PCPV. Como es muy sabido,
estos conflictos tenían que ver con la renovación política y
teórica de una tradición, la interiorización de la democracia,
la denuncia de un obrerismo de fachada o instrumental y
del antiintelectualismo latente o explícito. Tenían también
un papel importante el problema nacional, la necesidad
de ser consecuentes en este aspecto, el aparato del partido
versus la democracia interna, el eurocomunismo, y así suce-sivamente,
con un fondo de choque de culturas políticas y
también de choque generacional. Afirmaba Solbes:
“Como tú sabes, son los aspectos nacionales y populares
de la cultura los que más me preocupan, los que pienso
que con más urgencia habría que abordar. ... Una cultura
nacional se tendrá que alejar tanto del localismo, obtuso
y chovinista, como del racialismo folclórico. Así mismo,
‘popular’, en este terreno, tendrá que ser depurado de los
antiintelectualismos defensivos y extremistas y de las es-trechas
concepciones obreristas, por muy ‘de clase’ que se
autoproclamen. Sobre las culturas de la marginalidad ha-bría
que señalar uno de sus hándicaps más característicos:
hacer de sus propias limitaciones moralismos a la contra”.