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Rafael Solbes era una persona sensata y reflexiva, de una
gran generosidad personal y política. Mantenía una gran
amistad con Doro Balaguer. Fue un valioso militante y
miembro de la dirección del Partido Comunista –pero al
margen de devociones sectarias–, con el que coincidía en
los objetivos de democracia, justicia, libertad y socialismo,
de vínculo con las masas trabajadoras. Es innegable que su
concepción del arte estaba muy imbricada con ese com-promiso
político de tipo revolucionario.
Pero todo era fluido y cambiante. Los conceptos se tenían
que aclarar porque, como bien sabemos, el tiempo los
desgasta y los enmohece. La crisis del PC abrió interrogan-tes.
El curso de la transición no apuntaba a una democra-cia
radical, sino a un nuevo equilibrio con considerables
continuidades. A comienzos de los años ochenta se habló
mucho de crisis del marxismo. El PSOE de Felipe Gonzá-lez
abandonó la definición marxista, para asentar el nuevo
rumbo declaradamente moderado y socialdemócrata que
permitió su acceso al Gobierno del Estado en 1982. Estos
debates –incluyendo nuevas variables como la hipótesis
ecologista, la crítica del socialismo real, la reflexión sobre
cultura nacional– se reflejaron en las páginas de la revista
Trellat, en cuya fundación y redacción colaboró activamen-te
Rafael Solbes, como ya he apuntado. Manolo Valdés, su
compañero de Equipo, sintonizaba en todo con las posi-ciones
y actitudes de Solbes, pero se movía en otro plano,
más discreto y apartado. Aun así, mantenía igualmente una
relación muy estrecha de amistad con Doro Balaguer, que
era el inspirador político y cultural de todo aquel ambiente,
que combinaba la faceta de dirigente político respetado
y de confianza, de hombre de cultura y pintor; él mismo,
gran conversador y amigo de artistas como Josep Renau,
Andreu Alfaro y tantos otros. Pasados los años, en 1998,
el propio Balaguer escribió sobre Joan A. Toledo, la revista
Trellat y el Equipo Crónica en los términos siguientes:
“Nuestra amistad se hizo más estrecha, nuestra relación más
frecuente, cuando publicamos Trellat. Una revista hecha por
comunistas al margen del PCPV. Para ultimarla, y con algu-na
colaboración escrita, participaron Rafa Solbes, Toledo y
Ramírez Blanco, que hizo el diseño y la maquetación. Quizás
hubo alguna relación entre la revista y el espíritu crítico del
primer Equipo Crónica, muy ligado a las actividades cultu-rales
de la transición. En el estudio de los Crónica, ya en la
calle Turia, hablamos mucho de pintura en la última etapa de
Solbes. Con Manolo Valdés, que poco después hacía un gran
esfuerzo para buscar una salida personal para no traicionar la
trayectoria del Equipo ni aprovecharse de ello. Tengo la im-presión
de que Toledo ayudó a Valdés en esta disyuntiva teó-rica,
desde sus posiciones siempre rigurosas” (Doro Balaguer,
Art, cultura, política, país, Universitat de València, 2002, p. 192).
Renau con nosotros, 1978
Offset sobre papel, 44 x 32 cm
una sesión de conclusión con un auditorio numeroso, ante
el cual se leyeron las conclusiones. El salón de actos estaba
abarrotado. La incidencia del PCPV en los ambientes cultu-rales
valencianos –artistas, escritores, intelectuales, univer-sitarios,
periodistas– era intensa entonces.
Yo mismo impulsé y dirigí la conferencia, como responsable
de Cultura del Comité del País, y conté con grandes cola-boraciones,
a pesar de que también percibí con claridad la
sorda oposición y los palos en las ruedas, lo que no augu-raba
nada bueno. Rafael Solbes formó parte de la Comisión
Organizadora de la Conferencia Cultural del PCPV. Y se sen-tó
en la mesa de presidencia del acto, como se observa en
fotografías de aquella ocasión. A la sesión de conclusión se
invitó a muchos representantes del mundo de la cultura, fue-ran
miembros o simpatizantes del partido o no. Entre otros,
Vicent Andrés Estellés, Vicente Aguilera Cerni, Joan F. Mira,
Trinidad Simó, Tomàs Llorens, Rodolf Sirera, Manuel Sanchis
Guarner, Eliseu Climent, Antoni Miró, Joaquim Michavila, José
María Yturralde, Miguel Agraït, Artur Heras, Joan Genovés, Eu-sebi
Sempere, Andreu Alfaro y muchos más. Era un signo de
la apertura y la voluntad de confluencia de aquel momento
y de aquella iniciativa, que obtuvo un eco muy considerable
para un partido que había salido de la clandestinidad y que
había sido legalizado apenas unos meses antes.