Alexander Calder
El universo de Calder
Si el arte moderno incluyó el juego dentro de sus funciones transformadoras, lo escultórico, en particular, se permitió salir de su vocación monumental y convertirse en pieza o en formar series de piezas. A partir de un cierto momento estas pudieron ser ligeras, frágiles, incluso efímeras. Pocos artistas entendieron estas cualidades tan pronto y lo llevaron hasta tan lejos como Alexander Calder (Lawton, Pensilvania, EE. UU., 1898 – New York, EE. UU., 1976). En parte porque se instala en París en 1926, sin duda una de las épocas más decisivas para el arte moderno en la ciudad más apasionante del momento. Allí coincide con Jean Arp, Marcel Duchamp, Fernand Léger, Theo Van Doesburg… pero, en especial, conoce a Joan Miró y Piet Mondrian, quienes potencian su vocación como artista de vanguardia. Hasta entonces, Calder era un magnífico maestro de ceremonias de actuaciones de su Circus, que empezó a desarrollar en 1925 en EE. UU., pero es a partir de 1930, tras una visita al estudio de Mondrian, donde comienza a emplear formas puramente abstractas y, un poco más tarde, a incluir el movimiento en sus esculturas.
La exposición presenta esculturas del artista realizadas entre 1926 y 1972, trabajos de joyería fechados entre 1935 y 1940 y obra sobre papel. Asimismo, se muestra el vídeo Le Grand Cirque Calder (1955) en el que el artista monta su Circus (que alcanza las setenta piezas) y lo representa. En este magnífico documento, realizado por Jean Painlevé, se destila la esencia del trabajo del artista: el juego como elemento simbólico, la referencia a cierta inocencia infantil perdida y la pasión por el arte. Se considera a Calder el primer artista estadounidense moderno antes de que la capitalidad del arte contemporáneo se trasladara de París a Nueva York tras la Segunda Guerra Mundial.