Joaquín Sorolla
Algunas exposiciones persiguen finalidades concretas más allá de la necesaria y básica que supone mostrar conjuntamente series de obras de un artista concreto. La relación de determinados artistas con algunas ciudades representa mucho más que el lugar de nacimiento o allí donde instalarse y desarrollar un trabajo. Joaquín Sorolla y Bastida (València, 1863 – Madrid, 1923) mantiene ese tipo de relación con València, entendida esta como acervo de propiedades simbólicas y emocionales, del mismo modo que la ciudad (y una gran parte de sus habitantes) equipara la mirada del pintor con una suerte de identidad colectiva. Características técnicas y formales de su pintura tales como la luz proyectada; la claridad que reflejan los cuerpos, las telas y los objetos; la representación de una atmósfera mediterránea evocadora; la capacidad genuina de detener un momento y, en este, todos los gestos que suceden al unísono, entre otras, han representado una manera de hacer que se fusionó de alguna manera con la ciudad y con la educación de la mirada del pintor.
Si la línea cronológica del IVAM se inicia con Ignacio Pinazo, catorce años más mayor que Sorolla, y se instala en esa mirada local como posicionamiento desde el que plantear un relato propio de la historia universal del arte, es decir, situar a València en el mapa internacional, esta muestra de Sorolla significó ubicar el IVAM en el plano de su propia ciudad. La exposición consiguió atraer a decenas de miles de espectadores y, de alguna manera, marcar un punto de inicio que posibilitara, escalonada y paralelamente, una educación sobre el arte moderno y contemporáneo. La ubicuidad de estilos y la multiplicidad semántica del arte que el IVAM promovió en sus inicios, marcó una senda nueva que resultó exitosa.