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IVAM ProduceIVAM Centre Julio González
La Antigua Biblioteca de Alejandría fue, en su época, la más grande del mundo. Se estima que fue fundada a comienzos del siglo III a. de C. Nació bajo la ambiciosa idea de fundar una ciudad que contuviera el saber universal, acogiendo toda cultura y creencia. De este modo, pretendía recoger todas las obras del ingenio humano, que tenían que ser incluidas en una suerte de antología inmortal para la posteridad. Su trágico final, fruto de las llamas y de numerosos desastres, hizo que solo se conserven algunos pergaminos acogidos en los refugios de la gente corriente, que tuvo a su recaudo protegerlos de la persecución de las autoridades y de los conquistadores.
Al centralizar la cultura en un lugar, queda lo que en él acontece, el conocimiento adquirido. El tiempo frente al libro. Pero ni la biblioteca es necesariamente un almacén delimitado de libros, ni el fuego es inevitablemente un fenómeno destructor. La biblioteca puede ser toda una ciudad, igual que el fuego puede ser una excusa para construir.
En Valencia, el fuego nos reúne en torno a la construcción efímera de las cosas nuevas; de lo insólito y de lo sorprendente. Construimos las fallas, un museo efímero que nos obliga y nos exige salir a la calle, haciendo de lo imposible, lo cotidiano. Descentralizamos el saber, lo extendemos por cada barrio, por cada esquina. Y editamos publicaciones en torno a nuestras esculturas, que después del paso de las llamas nos hablan de nuestra propia historia, la que queda registrada en los llibrets de falla: nuestra biblioteca a escala de ciudad.
Y es que, lo que en su día fue la Antigua Biblioteca de Alejandría equivale hoy a lo que son las grandes bases de datos que conforman el mundo virtual; internet. Allí yace todo el conocimiento condensado: el saber universal y su amalgama de culturas y sensibilidades… Ese era el sueño de la ciudad de Alejandría.
Pero imaginemos la caída de internet, su incineración. Imaginamos a internet como una falla ardiendo; hecho ceniza, como la vieja Biblioteca. Pues bien, también y como en aquel caso la gente corriente guardamos en las estanterías de nuestras casas nuestros manuscritos, resguardados del fuego que nos hizo construirlos. Cada ejemplar, de cada falla, en cada hogar: sobre una estantería o en un cajón, nuevo o roto, leído o por leer… Como una gran biblioteca que se extiende por toda la comarca.
Y, en nuestra habitación, que es nuestro rincón más íntimo, lo leemos y lo compartimos con los más próximos. Lo abrimos para descubrir esa mezcla de reflexiones y también de recuerdos junto a nuestros seres más queridos. Una realidad también efímera, que alguien leerá en un futuro y de la que, al fin, solo quedarán los llibrets.
Desde el primer Adán que vio la noche
Y el día y la figura de su mano,
Fabularon los hombres y fijaron
En piedra o en metal o en pergamino
Cuanto ciñe la tierra o plasma el sueño.
Aqui está su labor: la Biblioteca.
Dicen que los volúmenes que abarca
Dejan atrás la cifra de los astros
O de la arena del desierto. El hombre
Que quisiera agotarla perdería
La razón y los ojos temerarios.
Aquí la gran memoria de los siglos
Que fueron, las espadas y los héroes.
[…]
Declaran los infieles que si ardiera,
Ardería la historia. Se equivocan.
Las vigilias humanas engendraron
Los infinitos libros. Si de todos
No quedara uno solo, volverían
A engendrar cada hoja y cada línea,
Cada trabajo y cada amor de Hércules,
Cada lección de cada manuscrito.
[…]
Extracto del poema “Alejandría, 641 a.D.” de Jorge Luis Borges.