Julio González

Julio González forma parte de la estirpe de artistas del siglo xx que, como Paco Durrio, Pablo Picasso, Pablo Gargallo o Alexander Calder y tantos otros, supieron reivindicar y proyectar en los objetos de pequeño formato de uso popular (joyas, cerámicas, accesorios, etc.) la grandeza de las investigaciones alcanzadas en las obras mayores. Julio González descubrió los secretos del metal en el desempeño del oficio de orfebre que había aprendido tempranamente en el taller de su padre, Concordio González. La orfebrería era el oficio tradicional de la familia, que mantuvo abierto un obrador dedicado al trabajo artístico del metal en la Barcelona modernista de finales del siglo XIX.

En consonancia con los movimientos renovadores europeos, el modernismo catalán trató de borrar la frontera tradicional que separaba los oficios artísticos de las bellas artes. Aunque Julio González vivió en París desde 1900 con la intención de dedicarse a la pintura y a la escultura, la orfebrería siguió siendo su principal fuente de ingresos durante toda su vida. En sus piezas de joyería y orfebrería, confeccionadas con materiales humildes (hierro, latón, cobre, esmalte o pasta de vidrio), ajenos a los utilizados en la alta joyería, el futuro escultor supo conjugar la adopción de las iconografías y el espíritu estético propios de su época con la conversión de cada una de sus piezas en un reto de investigación personal en el maravilloso rumbo hacia el nacimiento de la forma.

En sus obras de orfebrería encontramos el equilibrio perfecto entre la adaptación del adorno a las funciones del objeto y la reflexión sobre las posibilidades y límites de la materia en el ejercicio de la representación. Una buena parte de los procedimientos que el artista experimentó en sus piezas de orfebrería (el recorte del metal, la superposición de planos, el vacío o sus diálogos entre la sombra y la luz) situaron a Julio González en un camino sin retorno de exploración que le llevarían a protagonizar la revolución en la escultura del siglo XX.