Magdalena Abakanowicz
Nació en Polonia en 1930. Cuando la artista apenas tenía nueve años, los alemanes invadieron Polonia, iniciándose la Segunda Guerra Mundial, cuyas dramáticas consecuencias ocasionaron un reguero de destrucción, la muerte de un cuarto de millón de polacos, la deportación de los supervivientes a campos de concentración y la devastación de muchas ciudades, especialmente Varsovia. Estas dramáticas circunstancias históricas hicieron que los primeros años anteriores a la guerra, donde había transcurrido su primera infancia rodeada de bosques e inmersa en las fuerzas de la naturaleza, se convirtieran en elementos conformadores de su memoria, sus sueños y su imaginario, en donde se refugiaría para aislarse y protegerse de la realidad que le tocó vivir, adquiriendo así un influjo determinante en el trabajo artístico que desarrollaría a lo largo de los años.
Ya desde sus primeras obras, llevadas a cabo a partir de finales de los años cincuenta, se hace presente la que será una de las constantes de su trabajo: la fascinación por la energía, la monumentalidad y el misterio del mundo natural, expresada en motivos orgánicos y formas biológicas y corporales que, alejándose de los límites de lo “inmediato” impuestos por la realidad contemporánea, pretende encontrarse con sus raíces en lo universal. La naturaleza seguirá estando siempre presente, aunque bajo formas diversas, a lo largo de toda su trayectoria. Entre ellas cabe destacar la serie War Games, que llevó a cabo entre 1987-94 y a la que pertenecen Giver, Anasta, Ancestor y Zadra, entre otras esculturas formadas por enormes troncos de árboles caídos que representan la vitalidad física de los cuerpos humanos, en abierto contraste con las heridas causadas por la violencia de la guerra.
A mediados de los sesenta y coincidiendo con el momento en que la concepción tradicional del arte se ampliaba considerablemente, abriéndose a nuevos campos, materiales, medios y lenguajes artísticos, Abakanowicz comenzó a realizar las primeras obras que la harían famosa internacionalmente y le permitirían traspasar las fronteras de su país, superando la marginalidad y el aislamiento de Polonia, que se prolongó hasta la caída del telón de acero en 1989. Durante sus años de aprendizaje en la Academia, había asistido a varias clases de diseño textil que la familiarizaron con la práctica del tejido, impresión y diseño de fibra con que comenzó a realizar unas estructuras tejidas de materiales naturales de grandes dimensiones y que estaban dotadas de unas extraordinarias cualidades táctiles. Estas formas abstractas de metáforas orgánicas fueron bautizadas con el nombre de Abakans, denominación que la propia artista adoptaría para estas obras a partir de entonces. La flexibilidad de los materiales, junto con la fluidez de las formas y de las superficies, contrastaba con el perfecto acabado de los productos manufacturados.
A partir de 1973, su interés por el universo de lo orgánico y lo biológico le permitió hallar fuentes de inspiración en metáforas orgánicas encontradas en las ciencias naturales, en la biología y en el cuerpo humano. Entonces realizó Embriology, que supuso, además, un cambio importante en su trayectoria debido a la introducción de nuevos materiales blandos –aunque ya manufacturados–, como fueron: cuerdas, sacos, nylon, algodón, gasas, etc. La figura humana apareció por primera vez en su obra reunida en Heads (1973) y Backs (1976), que estaba realizada en los mismos materiales orgánicos y pobres del resto de sus piezas contemporáneas y que se caracterizaban por un intenso simbolismo opresivo que domina este heterogéneo grupo de obras seriadas e integradas por un conjunto de cuerpos cuya fragmentación, mutilación y deformación recordaban el sufrimiento, la fragilidad y la vulnerabilidad del ser humano; sin duda alguna, uno de los temas principales de su trabajo.
Sin embargo, a partir de 1985 se produjo otro cambio importante que, en adelante, transformaría radicalmente el carácter de su obra: comenzó a fundir sus figuras en bronce. La utilización de este material le permitió crear esculturas monumentales y perdurables que pudieran, además, ser instaladas al aire libre con una apariencia de estar perdidas en la intemporalidad. La primera de éstas fue Katarsis, compuesta por un grupo de 33 gigantescas figuras sin cabeza y vaciadas en su interior a modo de troncos de árboles, que llevó a cabo para la colección de esculturas al aire libre que Giuliano Gori había reunido en la Villa Celle, en la Toscana. Más adelante ha seguido produciendo esculturas de carácter monumental instaladas al aire libre, entre las que se pueden destacar: Negev (1987), situada en el jardín de esculturas del Museo de Israel en Jerusalén; Space of the Dragon (1988), en el Parque Olímpico de Seúl; y Agora, que ha sido recientemente realizada para el Grant Park de Chicago. Todas estas obras que desde los años setenta han ido conformando una red de microcosmos orgánicos, se extienden ocupando el lugar donde se exponen, que pasaba así a formar parte integrante de las mismas y a producir unos espacios particulares creados con el fin de servir al espectador de reflexión sobre la experiencia humana, que es el fin último del arte de Abakanowicz.