Ignacio Pinazo en Italia
La exposición Ignacio Pinazo en Italia da continuidad al ciclo de muestras dedicadas por el IVAM al genial pintor valenciano con la finalidad de investigar y difundir su inmensa obra. Las anteriores exhibiciones tenían un carácter más temático y se centraron en la representación del retrato infantil y el paisaje marítimo. Esta nueva exposición, en cambio, aborda con amplitud la producción de Pinazo entre 1872 y 1880.
En 1872 Pinazo aspiró, sin éxito, a la beca de pensionado en Roma de la Diputación de Valencia, lo que no le impidió realizar un viaje por cuenta propia que completó con una segunda estancia oficial como pensionado entre 1876 y 1880. Esta muestra, comisariada por F. Javier Pérez Rojas, estudia de manera exhaustiva la ingente y extraordinaria producción de Pinazo en esos años, reuniendo más de 250 pinturas y dibujos, en su gran mayoría inéditos.
1870-1880 es una década decisiva en la vida y obra del artista, repleta de descubrimientos y proyectos que culminan con la realización de varias de sus obras maestras. El primer viaje a Italia de Ignacio Pinazo, libre de compromisos oficiales, fue muy importante en su evolución y obtuvo resultados inmediatos: en Italia pudo ver las obras de los grandes genios del Renacimiento y entrar en contacto con el ambiente artístico que allí se respiraba. Aunque París ya había desplazado a Roma como lugar de atracción y laboratorio de la pintura moderna, la Ciudad Eterna seguía siendo un punto de confluencia internacional que favorecía la presencia de las distintas academias internacionales allí existentes.
En su primer viaje, Pinazo entró en contacto con Fortuny y su cículo en Roma, al cual conoció poco antes de su prematura muerte. Pinazo era un gran admirador de Fortuny y Rosales, sus auténticos guías y modelos en ese momento. En su estancia de 1873-1874 Pinazo realiza estudios y exquisitas obras de pequeño formato inspiradas en la realidad más inmediata. El paisaje y la pintura al aire libre se abrieron camino con decisión a partir de ese momento, pues hasta ahora había cultivado preferentemente el retrato y la pintura costumbrista. Su visión del paisaje se distanció de la de otros cultivadores del género en Valencia. El paisajismo valenciano todavía se basaba en criterios de excelencia y singularidad (paisajes de altas montañas abordados desde una perspectiva realista, panorámicas, pinturas de monumentos…), y aunque la realidad geográfica más inmediata y cotidiana comenzaba a ser descubierta y valorada, nadie la había abordado con un sentido tan claro de contemporaneidad como Pinazo.
Aparece así una nueva percepción de la naturaleza que pronto superó los antecedentes valencianos y que tiene mucho que ver con la renovación que habían trazado Fortuny y Rosales. La serie de vistas y perspectivas que realizó del claustro de San Giovanni in Laterano, que ahora se identifica en su secuencia, fueron de lo más especial de ese momento. Pinazo es un paisajista puro, curioso y analítico, es un observador atento del entorno, con una extraordinaria sensibilidad hacia las bellezas y manifestaciones de la naturaleza. De 1874 es también el retrato que hace de una Ciociara, ejemplo de su interés por reflejar los tipos italianos más genuinos.
Cuando regresó a Valencia en 1874 su horizonte de pintor se había enriquecido considerablemente y pudo competir con más seguridad a la pensión de la Diputación de 1876, que obtuvo con el lienzo de historia Desembarco de Francisco I en Valencia. Tras contraer matrimonio con Teresa Martínez se marchó a Roma y se instaló en el número 48 de via Margutta, la calle por excelencia de los talleres de artistas. Su labor en estos cuatro años fue extraordinaria y se asemejaba muy poco a los artistas de su tiempo. Pinazo no sólo cumplió rigurosamente con sus envíos, sino que además tuvo tiempo de realizar cientos de estudios y apuntes al óleo del natural, los cuales junto con la ingente cantidad de dibujos que realizó, constituyen una de las crónicas más vivas de la vida italiana. Pinazo abre ahora la tan aludida vía del llamado luminismo valenciano, del que es uno de sus indudables creadores. Los asuntos de playa, los paisajes urbanos, los tipos populares y hasta los temas de historia son abordados con unas perspectivas claramente modernas. Tan sólo las obras que realizó en esos años de pensionado serían suficientes para situarlo en el primer plano de la pintura europea de su tiempo. Lienzos como El guardavía, Juegos icarios, Baco niño o Las hijas del Cid, son algunas de las pinturas que envió a la Diputación de Valencia. Los estudios del desnudo constituyen otro de los apartados más particulares y sugestivos de sus trabajos en Italia, que aquí se pueden admirar en su conjunto, y nos desvelan sus fases creativas y procesos.
Las hijas del Cid o Friné son muestras excelentes de su maestría en la representación del desnudo. En Italia se reafirma también el impresionismo pinaziano a través de sus estudios y referentes del natural. Se han identificado y documentado ahora una serie de piezas de indudable valor histórico que abordan los funerales del rey Víctor Manuel y del papa Pío IX. El viaje a Venecia queda igualmente reflejado en un conjunto fascinante de vistas de la ciudad de la laguna. La estancia en Italia la culminó con la realización del lienzo Don Jaime I en el momento de entregar la espada al infante Don Pedro. La complejidad y autoexigencia de la pintura de Pinazo se pone de manifiesto en los innumerables estudios que realizó de este lienzo, el conjunto de los cuales se exponen ahora en el IVAM coincidiendo con la celebración del centenario del monarca. Estudios y bocetos que tienen entidad en sí mismos como magníficos retratos individuales.