Fernando Sinaga
La estancia inhóspita
Fernando Sinaga es, sin ningún género de dudas, uno de los escultores españoles más prestigiosos, con importantes muestras en galerías nacionales e internacionales, habiendo realizado proyectos expositivos referenciales como Agua amarga (Fundació Pilar i Joan Miró, Palma de Mallorca, 1996), Doble inverso (Palacio de los Condes de Gabia, Granada, 1998), Anamnesis (Palacio de Revillagigedo, Gijón, 1999) o Esculturas 1991-1999 (Sala Amárica, Vitoria, 1999). Ha representado a España en la Bienal de São Paulo (1989) y en el Pabellón Español de la Exposición Universal de Hannover (2000).
En el IVAM, Institut Valencià d’Art Modern, presenta su serie de Polaroids en la que indaga en torno a la sombra, la vanitas, la muerte, el retrato y, en definitiva, el fogonazo que revela lo real. Junto a esas instantáneas fotográficas se disponen algunas esculturas que también integran, junto a lo magmático, la imagen detenida y otra, titulada Contramundum (2002), en la que alude al barroco y a la idea del circuito lúdico.
El título de la muestra, La estancia inhóspita, alude tanto a la forma del habitar en relación con lo esencial cuanto a la determinación freudiana de lo familiar-extraño. Si el sujeto es, en la experiencia de lo sublime, un testigo impotente, también puede, desde la dimensión artística, tratar de sacar a la luz algo que es puramente amorfo. Con todo, la obra de arte es, también, lo inhóspito, ese raro lugar en el que nos demoramos. Sinaga sabe que ahí se ha producido un aplazamiento, un apóstrofe ante la muerte que termina por revelar que lo milagroso es siempre lo cotidiano. No se puede evitar lo peor, es necesario acercarse a la vida pero pasando previamente por la destrucción.
Las ensoñaciones mortales de Sinaga se dirigen a lo desconocido, a las ideas latentes, pero también al placer. Recordemos que el placer es tan sólo una forma del asombro, un deslumbramiento, un destello fragmentario en un espejo, como el don es la venida de lo nuevo, de lo inanticipable y de lo no-repetible. Lo que se puede transmitir en el intercambio simbólico es siempre algo que es tanto ausencia como presencia, sirve para tener esa especie de alternancia fundamental que hace que, tras aparecer en un punto, desaparezca para reaparecer en otro. El resto es el signo de la ausencia. Estamos destinados a lo inhóspito, tenemos que aceptar el azar frágil que se recoge, como una sombra, en la imagen: “despojado del mundo –escribe Julia Kristeva– me desvanezco”.