Fake
No es verdad, no es mentira
La máxima picassiana de que el arte es una mentira que cuenta la verdad sigue siendo hoy válida. En un mundo dominado por simulacros, por discursos y relatos “fabricados” para ser verdad, y por una imagen cuya principal condición es formar parte de la ventriloquía disimulada de alguien, cada vez surgen más prácticas desde el ámbito de la creación que se aprestan a disfrazarse, a camuflarse de otra cosa para revelar los actuales regímenes de veracidad. Es lo propio en una guerra de las imágenes. Si la estética clásica se sustentaba en los pilares de la bondad, la belleza y la verdad, las prácticas disruptivas de lo verídico no dejan de formular las mismas cuestiones pero allí precisamente donde nadie las espera, cuando estamos plenamente confiados, en un espacio dominado por la cómoda idea del “relato”, al supuesto abrigo de fraudes e imposturas.
El fake, ese formato parasitario y enmascarado que aparenta lo que no es, se ha convertido, en manos de muchos artistas, en un arma que busca cortocircuitar la masiva manipulación de lo real, a menudo haciendo suyas técnicas del enemigo. Pero a diferencia del mero engaño, propio del marketing comercial y político –y también, por qué no, estético-, el fake no persigue eternizar la apariencia, sino desvelar lo antes posible los mecanismos y mitos que hacen posible la credibilidad: cuestionar, en definitiva, los formatos lingüísticos de la autoridad, en los medios de comunicación, en los museos, en los discursos académicos, en los mentideros morales. Con el problema añadido de que, a menudo, también el fake deviene parte del espectáculo que critica, haciéndose formato de autoridad.
La exposición FAKE. No es verdad. No es mentira repasa algunos de los camuflajes, infiltraciones y sabotajes emprendidos por artistas en todo el mundo desde que Orson Welles hiciera creíble un ataque marciano para poner en evidencia el poder manipulador de los medios en una sociedad cada vez más constreñida a ciertos formatos de veracidad. Artistas que se inventan a otros artistas y ridiculizan los discursos de la excelencia cultural; documentales que aparentan realidades objetivas y que ponen en solfa los recursos periodísticos; performers que impostan roles para hacer saltar por los aires la certeza de lo que vemos u oímos; artistas digitales infiltrados en los juegos de guerra para cortocircuitar las expectativas de los usuarios; exposiciones falsas presentadas en museos icónicos de la verdad académica y que acaban exponiendo la ficción y fragilidad de su poder…; sin olvidar, desde luego, que el fake es también un formato inherente al propio discurso del poder, motivo por el que la muestra FAKE. No es verdad. No es mentira exhibirá algunas de las más notorias y terribles falsificaciones promovidas institucionalmente. Porque, en definitiva, la guerra de las imágenes se dirige a establecer cómo debemos creer.
Decía Nietzsche que las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son.