De Gaudí a Picasso
De Gaudí a Picasso centra la mirada sobre el arte catalán, prestando especial atención a la obra de juventud de Picasso y Julio González, artistas que se formaron durante el Modernismo y llegaron a ocupar un lugar destacado en la historia de la pintura y la escultura del siglo XX. Se hace una excepción, sin embargo, con Gaudí, cuya presencia es indispensable en la apreciación del Modernismo; de ahí que la exposición preste una atención especial a Julio González y Joan González, y analiza temáticas tales como Casas y Rusiñol, pintores de la vida moderna; El Simbolismo en Cataluña; El fenómeno Gaudí; Mir y Anglada Camarasa; Nonell y el miserabilismo; Picasso y la comunidad catalana en París; La inflexión clasicista y el final del Modernismo.
Las 125 obras que reúne la exposición proceden de diversos museos, fundaciones, entidades públicas y privadas, y coleccionistas particulares, como el MNAC, Museo Picasso, Museo de Monserrat, Real Càtedra Gaudí de la UPC; Fundació Caixa Catalunya; Junta Constructora del Temple de la Sagrada Familia; Colección Masaveu, Colección Cau Ferrat de Sitges, Fundación Francisco Godia, Museo Reina Sofía, Colección Thyssen-Bornemisza, El Prado, y el IVAM, entre otros.
El carácter multiforme del Modernismo complica la consolidación de una unidad estilística que facilite la lectura histórica. Ceñida a los nudos esenciales de este intenso y agitado proceso, la presente exposición centra la mirada sobre la pintura, prestando especial atención a la obra de juventud de Picasso y Julio González, artistas que se formaron durante el Modernismo y llegaron a ocupar un lugar destacado en la historia de la pintura y la escultura del siglo XX. De forma excepcional se destaca la obra de Gaudí, figura clave para comprender la evolución del Modernismo. La fundamental influencia de Paris en los orígenes del movimiento se resume en las obras que Casas y Rusiñol pintaron en aquella ciudad a principios de la década de los noventa y que se muestran en las primeras salas.
Con expresión tardonaturalista apuntan hacia una renovación de la pintura tanto desde el punto de vista temático, abordando aspectos lúdicos de la “vida moderna” preeminentemente urbana, como desde el punto de vista estilístico, trabajando a “plein air”, con pincelada libre y composiciones de influencia fotográfica. Esta sección concluye con una selección de retratos dibujados por Casas de los artistas tanto de su generación como de la siguiente que se reunían durante esos años en el emblemático y vanguardista café Els Quatre Gats en Barcelona.
Con la segunda generación, la exposición aborda la influencia de la corriente espiritualista en el desarrollo del Modernismo. Asociada en parte a la actividad del Cercle Artístic Sant Lluc, al que perteneció Gaudí, esta tendencia renegó del progresismo materialista y el positivismo que inspiro los inicios de la Belle Epoque y empleo los recursos del simbolismo, que se extendía desde el norte de Europa, para forjar la imagen más distintiva del Modernismo. La influencia espiritualista propició en Gaudí, que se había formado en el historicismo de la renovación gótica, una radicalización de su postura. Ofrece una reflexión sobre los elementos básicos de la construcción tradicional y sintetiza un lenguaje de máxima originalidad. Mir y Anglada aportan a este panorama de influencia simbolista dos contribuciones de gran interés pictórico y gran originalidad, donde se aprecian influencias o concomitancias con el modernismo de otros centros europeos como Bruselas, Munich o Viena.
El entusiasmo modernista se disipa rápidamente en Barcelona a lo largo de la primera década del siglo XX. Este declive preside la trayectoria de los artistas de la segunda generación modernista y marca sus eventuales y futuras aportaciones a las vanguardias del siglo XX. La gran figura emergente de esos años es sin duda Picasso. En torno a él se congregan otros jóvenes artistas como Hugué, Canals, Sunyer o los hermanos González, residentes todos ellos en Paris, a los que en los medios artísticos de la capital francesa se conoce como “la bande catalane”.
El último gran pintor modernista fue Nonell. Compañero de generación de Picasso y Julio González, su obra representa la manifestación mas clara del miserabilismo, con un lenguaje sintético que se despliega en paralelo con el primer expresionismo europeo. Esta temática miserabilista se extiende entre otros artistas y tiene una importancia fundamental para la época azul que contribuiría a inscribir a Picasso en las vanguardias. En la segunda mitad de la primera década del siglo XX emerge un cambio profundo de sensibilidad, que se orienta hacia el clasicismo y constituye una ruptura clara con el Modernismo. Este giro supondrá la substitución del Modernismo por el Noucentisme como tendencia dominante en la cultura catalana durante los primeros años de la segunda década del siglo XX.