La intuición y la estructura

De Torres García a Vieira da Silva, 1929-1949

Exposición

“Torres García. Una torre blanca, negra, gris, azul cobalto, tierra roja, escalas, relojes, un mundo severo y alegre; un mundo en el que entré en 1929 y donde sigo viviendo.” Maria Helena Vieira da Silva, 1975, catálogo, exposición Torres García. Musée d’Art Moderne de la Ville, París. La exposición La intuición y la estructura, de Torres García a Vieira da Silva, 1929-1949 se abre con el encuentro de la obra de Joaquín Torres García por parte de Maria Helena Vieira da Silva en 1929 y hasta la desaparición de Torres García en Montevideo en 1949. Durante este período, sus obras se cruzan y afirman sus estructuras singulares, tanto más singulares cuanto que se sitúan en ese terreno intermedio entre la abstracción y la figuración. La concordancia entre ambas obras es ante todo sensible e intuitiva, es la necesidad de apoyarse sobre una estructura pictórica a fin de encontrar una síntesis entre constructivismo y datos intuitivos, primitivismo y modernismo. Su verdadera inclinación, nunca desmentida, es la de un arte universal cargado de humanismo. Por lo tanto sería fácil equivocarse de camino al tratar de citar los préstamos presentes en la obra de la joven Vieira da Silva del que considera su maestro. Lo que percibe en las obras de Torres García es la posibilidad de un orden y de una unidad pictórica asociados a la más intuitiva sensibilidad, la más desprendida y la más libre. Vieira da Silva y Torres García nunca se conocieron, su intercambio se hará a través de las obras, un encuentro por artistas interpuestos, en 1942, cuando el pintor y poeta Arden Quin viajó a Río de Janeiro y visitó entonces el estudio de Vieira da Silva, quien vivía allí con su marido Arpad Szenes desde el principio de la guerra en Europa. Arden Quin hizo fotografías de obras de Vieira da Silva que dio a Torres García, cuando pasó por Montevideo. Torres García respondió con un artículo de alabanza en la revista Alfar, escribiendo, sobretodo, a propósito del cuadro Le Désastre ou la Guerre (El desastre o la guerra, 1942). La exposición La intuición y la estructura, de Torres-García a Vieira da Silva, 1929-1949, si bien no está construida únicamente sobre los datos cronológicos e historiográficos, no obstante es un recorrido preciso y sensible sobre estos veinte años de cruce de obras. Deseamos permitir a cada uno que vea con los ojos de Vieira da Silva el conjunto de las realizaciones de Torres-García y recíprocamente, pero también que lea en la pintura de Vieira da Silva la complejidad de las influencias, su transformación en una obra al mismo tiempo tan secreta y tan determinada. Torres García, en su búsqueda obstinada de un lenguaje artístico universal, bebe en las fuentes de los movimientos europeos y norteamericanos, así como en las del primitivismo. En 1929, Torres García conceptualiza el movimiento y la revista Cercle et Carré, y los funda con Michel Seuphor y Piet Mondrian, Sophie Tauber-Arp, Jean Arp, Vasili Kandinski, Jean Gorin y Georges Vantongerloo. Esta revista permitirá a Torres García difundir sus teorías sobre las artes plásticas. Entonces toma conciencia de la posibilidad de un lenguaje universal con sus representaciones esquemáticas y estilizadas. A su regreso a Montevideo en 1934, y hasta su muerte en 1949, con su enseñanza en el Taller Torres García, la TTG, o con sus conferencias, formó a una generación de artistas. La obra de Vieira da Silva no goza de la riqueza de argumentación teórica de Torres García, su acceso y su desarrollo no son comprensibles más que en el silencio de la mirada. Esos años de 1929 a 1949 son una indagación obstinada de declinación del espacio, ella busca un término medio entre la frontalidad y la profundidad. La cuadrícula, soporte de vibraciones cromáticas que descubre lienzo a lienzo, será su solución para afrontar los datos del plano y de su continuidad superficie-profundidad con las constantes rupturas de punto de vista. El espacio de su pintura está al mismo tiempo construido y deconstruido, es el del ilusionismo perspectivo que evoca, a través de la reverberación de las formas, el laberinto del espíritu. Su residencia en Brasil la afirmó en sus audacias, durante aquellos tiempos de dolor y de inquietud de un mundo en guerra ella realizará sus desgarradoras obras Le Désastre ou la Guerre (El desastre o la guerra, 1942), Le Calvaire (El calvario, 1942), L’Incendie II (El incendio II, 1944), pero también La Partie d’Echecs (La partida de ajedrez, 1943). Estas pinturas anuncian sus obras maestras de la posguerra, suspendidas entre continuidad y discontinuidad espaciales.