Vicente Colom
Vicente Colom nació en Valencia en 1941. Sería en 1965 en París cuando Colom se inclinaría casi definitivamente por el dibujo a pluma. Sus múltiples visitas al Musée Guimet (Musée National des Arts Asiatiques), en cuyas colecciones se pueden encontrar importantes muestras de pintura tradicional china, le reafirmaron en el objetivo de conseguir las máximas calidades y volúmenes a través del blanco y negro, del claroscuro y del dibujo. En 1969 conoció a Federico Robles, director de la Galería Fortuny de Madrid, quien le introdujo en el entramado artístico de aquellos años. Colom llegaba a una España en la que, tras el Plan de Estabilización (1959), se había roto con la autarquía, se había iniciado un despegue económico y se inundaba con medios de comunicación de masas. Un año antes de su llegada, había tenido lugar la exposición Antes del arte cuyo objetivo era “rastrear el camino que va de la ciencia al arte” y en 1969 Juan Antonio Aguirre consiguió plasmar en su libro Arte último la reacción de carácter heterogéneo de la “Nueva Generación” contra la poética del informalismo, tras residir dos años en Asturias, se estableció en 1972 en Madrid, donde compartió estudio con Vicente Peris hasta 1974. Ese mismo año también conoció en Múnich a Pamela Shuts, una bailarina norteamericana con la que convivió durante siete años y a la que debe sus series sobre el movimiento y la figura humana: músicos ambulantes tocando instrumentos, violinistas en plena acción, tipos populares y especialmente aquellos temas dedicados a la danza.
En 1975 comenzó su amistad con Raúl Chávarri, quien lo apoyaría y orientaría en su trayectoria artística. Durante finales de los setenta y principios de los ochenta, Colom compaginó la pintura al óleo y a la cera de corte expresionista –desnudos y paisajes– con el dibujo a pluma. Éste último prevalecería a partir de esos momentos y se caracterizaría por una acumulación dibujística tanto de contornos como de masas delimitadas en ciertas áreas del papel mientras que otras zonas quedaban presas, ocupadas por el vacío. Espantapájaros, pantalones y chaquetas melancólicas, hamacas y arlequines fueron sus temas preferidos. Los objetos parecían flotar en un ambiente inexistente, desolado, trasmitiendo desasosiego e inquietud como claro síntoma de la descomposición del soporte social tradicional de aquella España. Chávarri lo definió como un “remanso del realismo mágico o fantástico” de Franz Roth, como un “suscitador de imágenes capaz de convocar lo irreal, lo imaginable, y de construirse en una avanzada de pensamiento y de las emociones más allá de los límites de la propia mente”.
Vicente Colom se mantuvo siempre independiente tanto de tendencias de corte realista, de lo cotidiano, entre las que destacan las obras de Antonio López o Carmen Laffón, como de la moda hiperrealista importada de Gran Bretaña y de Estados Unidos que en los setenta puso de moda en España el chileno Claudio Bravo. Tampoco el pop y crítica sociopolítica llamaron su atención. Sin duda alguna, el conservar su independencia ha sido una de las razones por las que Colom siempre ha compaginado su carrera de artista con la de decorador y anticuario. Para él la decoración es un collage, un juego de combinación y de combinaciones eclécticas, mientras que el dibujo le conduce a la creación controlada y razonada. Colom dibuja del natural. Su medio es la plumilla, y ésta no admite arrepentimientos, la atención debe ser intensa y la visión del artista queda plasmada sin posibilidad de retroceder. Colom se entusiasma por el detalle, por el acabado del dibujo “porque el realismo le permite especular con el fondo poético de las cosas”. Suele retomar sus temas una y otra vez tras largos descansos. Sus series son formas distintas de ver y observar el mismo objeto o secuencia. Un ejemplo de ello es que a mediados de los ochenta retoma la arquitectura urbana como tema, y, actualmente, vuelve de nuevo al paisaje, a un paisaje mediterráneo, adentrándose en los detalles de su vegetación, tema que será la estrella de esta exposición.
Colom prefiere la luz del atardecer frente a la del mediodía, la de los días plomizos frente a la de los días luminosos. Es cuando los contrastes y claroscuros se observan con mayor grado en la naturaleza y la plumilla permite esa elaboración de valoraciones y degradaciones tonales establecidas por un entramado de líneas y por el trazo continuo y uniforme pero aplicado rítmicamente. Pero sus paisajes no son del todo reales, los elementos que los conforman han sido alienados y aislados a través del detalle. En palabras de Román de la Calle, Colom “…simula y construye –a partir de imágenes de la realidad más próxima y cotidiana– todo un universo imaginario, en un doble sentido de universo elaborado a partir de imágenes y de universo conformado a través de juegos de la imaginación”.