Pintar sobre el mar
El mar como pretexto: obras de la Colección del IVAM
Claude Monet quedó cautivado por el mar, quiso dibujarlo, se lanzó a la aventura de retratarlo. Como él, muchos otros artistas han querido representarlo como símbolo máximo de la realidad pero también de la abstracción, ejecutando acrobacias, con el fin de cancelar la posibilidad de reconocimiento inmediato y, a su vez, de anular toda presencia. Asistimos a un diálogo con resultados inesperados. En la mayor parte de los casos, los artistas ya no se enfrentan de forma frontal con el tema elegido: al ir más allá de los modelos impresionistas, deciden no unirse al objeto. Se mantienen a distancia. Tratan de utilizar líricamente el agua, aunque tratan de no perderse en el desierto de la abstracción absoluta. Estamos precisamente ante un gran reto poético e incierto. Estamos ante un camino que lleva de lo concreto a lo abstracto. El mar se convierte en un icono habitual y manido que se vuelve desconocido y se encuentra en continua metamorfosis.
La exposición está dividida en cinco capítulos temáticos que reúnen obras significativas de la Colección del IVAM como ejercicios pictóricos y fotográficos diferentes a través de los que se desea formar el retrato del mar. Desde las imágenes tardo-impresionistas de Joaquín Sorolla, la sensualidad pre-impresionista de Julio González y las vistas disgregadas de Ignacio Pinazo en la primera sala se camina hacia el imaginario pop y las manifestaciones publicitarias de Josep Renau Berenguer y de Germanine Krull, los abandonos oníricos de Grete Stern, los ensamblajes disonantes de Richard Hamilton y el maremoto post-clásico de Miquel Navarro en la segunda. Podemos, además, hablar de un tercer grupo de obras con tomas frontales, que reproducen el tema de lo lejano, como las imágenes apocalípticas de Equipo Realidad, de Robert Frank, de Joan Fontcuberta, de Gabriele Basilico y de Ian Wallace.
En ellas el mar está ahí, delante de nosotros. Y, sin embargo, está irremediablemente mucho más allá. Nunca se detiene, es imposible contenerlo. Símbolo de energía vital. No es posible fiarse de su alma: puede hacerse esperar, pero también arrasar. No se puede aferrar, ni pronunciar, porque es inasible, huidizo: siempre más allá de nuestra mirada. Ahora, seguir manteniendo la imagen del espejo de la naturaleza significa solamente reducir el mundo. Por eso, el pintor abstracto se comporta como un poeta que “trata de escribir su gran poema con una tinta que, de repente, se desvanece”. Así encontramos en la cuarta sala de la muestra encrespaduras plásticas, llenas de alusiones a las poéticas informales. Nudos de color en los que se cancelan los detalles: con autores como André Masson, Karel Appel, Juana Francés y Sanleón. Sus relatos se hallan impedidos, son incompletos. Semejanzas diferentes, donde se celebra el triunfo de la imprecisión, la cual, a diferencia de la causalidad y de la aproximación, es el ámbito en el que los sentimientos adquieren valores semánticos inesperados, entre superposiciones y matices.
Y, por último, las desapariciones: cuando agua, tierra y cielo se rozan dibujando hilos de luz. Aquí, del paisaje marino sólo queda una línea, en la que se depositan éxtasis detenidos: graduaciones de las mismas tonalidades se rozan, se acarician, se encuentran. Es el horizonte, que revela la esencia misma de una lejanía destinada a convertirse en presencia, sin perder su condición. Es otra imagen del contorno: lo evidente parece inalcanzable, y lo escondido queda al alcance de la mano. Es lo que está más allá, que indica una posibilidad y una exclusión. Una geometría que cambia mientras nosotros nos movemos. En un primer momento, las olas devoran los límites (en Lothar Schreyer y en Eduardo Arroyo), para adquirir después autonomía arquitectónica (en Herbert List, en Gerhard Richter, en José Julian Ochoa, en Oscar Molina Pérez y Ramón de Soto)