Fernando Botero
Abu Ghraib - El circo
Entre el año 2004 y 2005 Botero pinta una serie de cuadros y numerosos dibujos en torno a las imágenes de la prisión de Abu Ghraib. Esa exposición inicia un itinerario por museos de Italia, Alemania, Grecia y los Estados Unidos.
Es importante subrayar que no es la primera vez que el horror aparece en la obra de Botero y que, por ejemplo, un cuadro como Guerra (1973) era una respuesta plástica a los reportajes sobre la guerra del Yom Kippur entre Israel y los países árabes de Egipto y Siria, pero la imagen también alude al periodo de la historia colombiana llamado “La Violencia”, cuando a finales de los años cuarenta murieron o desaparecieron en el país del pintor más de trescientas mil personas. Otras piezas como Masacre en Colombia (1999) con la familia tiroteada junto a una tapia que nos hace recordar los fusilamientos de Goya, Masacre en la catedral (2002) o las obras que dedicó a la violencia en la vida cotidiana colombiana que presentó en su exposición en el Musée Maillol de París en 2003, confirman que Botero nunca cerro los ojos a la violencia incesante de la contemporaneidad, antes al contrario, en numerosos cuados y dibujos ha fijado este mundo de dolor e inmoralidad.
Los cuadros sobre Abu Ghraib representan para Fernando Botero “una declaración sobre la crueldad y al mismo tiempo una acusación a la política de los Estados Unidos”. Para este creador era importante que el público americano viera esas obras porque “aquellos que han cometido esas atrocidades son americanos”, aunque esta convencido de que la mayoría de los ciudadanos de ese país se oponen a lo que ha ocurrido en Abu Ghraib. Lo que es único en esta serie de Botero es el tono de la indignación, la completa repulsa que le causa esa violación de la humanidad. El singular martirologio contemporáneo que Botero genera retomando la iconografía cristiana y mezclándola con las aberraciones de Abu Ghraib nos conmociona. Y, además, muestra, a las claras con rotundidad, que no tenemos, a pesar de todo, que aceptar que nuestro destino sea bregar únicamente con las bagatelas. No podemos mantenernos hasta el infinito atrapados, como una mosca sobre un cristal, por una imagen. La reacción de Botero al pintar la serie de Abu Ghraib es tanto un testimonio del dolor cuanto una manifestación de amor que profesa a la vida. Este artista, focalizando la crueldad y la humillación, abre el cauce de una necesidad moral frente a la barbarie. Con todo, Botero no pretende convertirse en un pintor apocalíptico ni está dispuesto a abandonar las visiones de la infancia o a renunciar a expresar la alegría de vivir.
Aquel tiempo suspendido que Vargas Llosa encontrará en Botero como una “extraordinaria fuerza vital” reaparece en la extraordinaria serie sobre el circo. Pintadas desde la completa maestría esas obras presentan al equilibrista, al domador, al Pierrot o al Arlequín, al hombre con la serpiente y a la mujer que se arriesga a que lanzan contra su cuerpo los cuchillos, un mundo de colores vivos en el que reina cierta placidez. Incluso la domadora se tumba sobre tigre con una pose ensoñadora. La exhibición conjunta de la serie de las torturas con las visiones candorosas del circo nos hacen cobrar conciencia de que, después de Abu Ghraib el destino del arte es oponerse a la barbarie pero también ofrecer imágenes de plenitud, sueños y recuerdos que nos permitan mantener la esperanza.