César Manrique
Pintura 1958-1992
César Manrique (1919-1992) nació en Arrecife, capital de Lanzarote, una isla que tuvo una presencia decisiva en su vida y en su obra. Fuente de buena parte de su imaginario pictórico fue el paisaje de sus vivencias infantiles, de gran significación para su posterior percepción del mundo y para su pintura. Tras finalizar sus estudios en la Academia de Bellas Artes de San Fernando en Madrid –ciudad en la que vivió entre 1945 y 1964–, expuso con frecuencia su pintura tanto dentro como fuera de España. El artista se había adentrado en el arte no figurativo tras una estancia de varios meses en París a principios de los cincuenta. A finales de esa década, e influido, entre otros, por Fautrier y Dubuffet, su obra –al igual que la de algunos pintores españoles como Antoni Tàpies, Lucio Muñoz, Manuel Millares, etc.– se vincula al informalismo. S
us cuadros abandonan cualquier alusión a la realidad y, en su vocación abstracta, Manrique investiga las cualidades de la materia con explícitas referencias a las texturas y el color de las lavas volcánicas, hasta convertirlas en protagonistas esenciales de sus composiciones. A lo largo de su trayectoria creativa, se mantendrá fiel a este lenguaje plástico, que se consolida en la década de los 60 y primera mitad de los 70, sin duda su época de mayor esplendor pictórico.
Después de haber viajado por diversas partes del mundo, en 1964, César Manrique se trasladó a vivir a Nueva York. Los lazos de amistad con personalidades del mundo cultural americano le permitieron conocer de cerca el expresionismo abstracto de Rothko y Pollock, el pop de Warhol y Rauschenberg, el arte cinético… En 1966, Manrique regresa definitivamente a Lanzarote donde se instala. En la isla, que inicia entonces su desarrollo turístico, promueve un modelo de intervención en el territorio en claves de sostenibilidad, que procuraba salvaguardar el patrimonio natural y cultural insular.
Cultivador de diversos lenguajes creativos –pintura, escultura, urbanismo, arte público…–, en el conjunto de la producción artística de César Manrique, late una manifiesta voluntad de integración con el entorno natural. Propósito sincrético y totalizador –arte total, en sus palabras– que hizo explícito en sus diseños de espacios públicos.
La muestra del IVAM está centrada en la pintura de César Manrique más personal y la que lo singulariza como artista en el contexto de su generación, que es la pintura de las materias, texturas, cromatismo y referencias a la geología de su isla, una pintura informalista del paisaje, que se instala en su vocabulario plástico a finales de 1950 (las primeras piezas datan de 1959) y le acompaña a lo largo de su vida. Ese quehacer tiene su destilación más esencialista y rica en la década de los 60 coincidiendo con su residencia en Madrid y Nueva York. La exposición revisa esa etapa central de su producción pictórica, haciendo énfasis en la producción de los sesenta y setenta.