Pierre Molinier
La exposición es probablemente la más importante de las celebradas hasta ahora dedicada al artista francés Pierre Molinier, y trata de desvelar las claves de su universo cargado de sexualidad y de reivindicación del goce. La muestra reúne alrededor de cien obras (especialmente fotografías y fotomontajes, la técnica que mayor renombre le ha dado, además de pintura, dibujos, grabados, objetos eróticos, el cortometraje Mes jambes (1965) del propio Pierre Molinier y una grabación sonora), procedentes de colecciones y centros de arte de París, Burdeos y Nueva York. En el catálogo de la exposición se publican, por primera vez en castellano, los poemas de Pierre Molinier, Les orphéons magiques, y contiene textos de Juan Vicente Aliaga y Giulia Colaizzi.
A lo largo de su retirada vida, Pierre Molinier (Agen 1900 – Burdeos 1976) se granjeó la fama de persona de temperamento colérico y violento. Además de esta característica, su comportamiento sexual, alejado de la hipocresía moral y de las costumbres de su época, fue objeto de noticias equívocas. Procedente de una familia modesta en la que se hacía sentir el peso de la religión por el lado materno, su padre le inculcó desde la infancia la afición por la pintura. Diversos retazos de su biografía íntima han alimentado sin duda una aureola heterodoxa respecto a una sexualidad en la que el fetichismo hacia las piernas, pantorrillas y sus envoltorios: medias, zapatos de tacón… desempeña una función primordial.
Antes de plasmar sus obsesiones en el papel fotográfico, Molinier se dedicó a la práctica de la pintura. Una actividad que mostró en la Societé des artistes indépendants bordelais en cuya creación participó en 1928. En los años 50 dio un giro a su obra pictórica con la introducción de una iconografía erótica en la que el cuerpo de la mujer es visto como un territorio de mascaradas y artificios. Acompañadas de alusiones a la religión (lo divino y lo demoníaco), las mujeres de Molinier exhiben una sexualidad narcisista y autosuficiente, ensimismadas en una atmósfera pictórica decadente. En esta época se produjo el distanciamiento con la comunidad artística de su ciudad debido al rechazo que produjo uno de sus cuadros eróticos: Le grand combat. Contactó en 1955 con André Breton, que le ayudó a exponer en París en la galería À l’Etoile scellée y colaboró en la revista Le surréalisme, même. Pero la amistad con el gurú del surrealismo duraría poco; el motivo de la disputa fue el cuadro Oh! Marie, mère de Dieu.
Recluido en su pequeño y apartamento de Burdeos, Molinier se centró en la pintura y en la fotografía, recurriendo a la presencia de amigos y amigas, y al travestismo: una atmósfera aterciopelada en la que la búsqueda del placer se convirtió en el núcleo de su existencia. La ambigüedad sexual alcanzaría mayor relieve en las fotografías y fotomontajes de los años 60 y 70: en ellos, el propio Molinier travestido despliega un sinfín de objetos y accesorios mediante los cuales crea una visión fetichista y onanista de la sexualidad (continuada en sus trabajos con Thierry Agullo y Luciano Castelli). Pese a haber participado en múltiples exposiciones, algunas tan significativas como Transformer: Aspekte der Travestie (1974), organizada por Jean-Christophe Ammann en Lucerna, o la que le dedicó el Centre Georges Pompidou en 1979, tres años después de su suicidio, su obra es prácticamente desconocida para el público. Objeto de culto y admiración de unos pocos, la obra de Molinier, radical en su sexualidad sin categorías estrictas, trata de crear cuerpos fantaseados, fetichizados, en donde el hombre y la mujer se entremezclan y funden. Actualmente ha adquirido un cariz particular al haberse producido, especialmente en el ámbito anglosajón, un resurgimiento de los estudios sobre los géneros.