Le Mal propre responde a un objetivo distinto, como indica además claramente el subtítulo del libro:
¿Contaminar para apropiarse? Desde las primeras páginas habla del territorio: “El tigre orina en lo límites de
su nicho. El león y el perro también. Como esos mamíferos carnívoros, muchos animales, nuestros primos,
marcan su territorio con su orina, dura, hedionda; y de sus ladridos o de sus dulces canciones, como las
perdices y los ruiseñores”17. Son, escribe Serres, los modos por los cuales los vivos habitan un lugar, lo
establecen y lo reconocen. Los desechos de los machos definen esos lugares y los defienden. Estos cons-
tituyen tantas maneras, no sólo de animales, sino también de homínidos, de apropiarse: “Quien acaba de
escupir en la sopa la guarda para sí, nadie más que aquel que la contaminó tocará la ensalada o el queso.
Para conservar algo propio, el cuerpo sabe dejar alguna marca personal: el sudor bajo la ropa, la saliva en
la comida, el humo, el perfume o las heces, todas cosas suficientemente duras...”18. Serres señala luego
que el verbo tener, que designa la propiedad, tiene el mismo origen latino que habitar. “Desde el fondo del
tiempo, escribe, nuestras lenguas se hacen eco de la relación profunda entre el habitar y la apropiación,
entre la estadía y la posesión: habito, entonces tengo19”. Para Serres, el acto de apropiarse proviene de un
origen animal, etológico, corporal, psicológico, orgánico, vital… y no de una convención o de algún derecho
positivo: “Siento, escribe, un recubrimiento de orina, de heces, de sangre, de cadáveres en descomposición”
20. He dicho que el objetivo de Serres, aquí, ya no era luchar contra el antropocentrismo y contra
esta extraña amnesia de la historia hacia todo lo que no es humano; se trata, ahora, de sublevarse contra
todas las formas de apropiación que constituye la contaminación, sea la contaminación del aire, la invasión
del espacio visual o sonoro que nos imponen las publicidades, los automóviles, las máquinas… todas tan
sucias y contaminantes como las heces que marcan la apropiación. “Lo propio, escribe, se adquiere y se
conserva por lo sucio”; o aún más explícitamente: “El escupitajo ensucia la sopa, el logo el objeto, la firma la
página: propiedad propriété, limpieza propreté, el mismo combate dicho por la misma palabra, del mismo
origen y con el mismo sentido. La propiedad se marca como el paso deja su rastro, su huella”21.
Pero no es este el motivo que suscita mi severidad con respecto a Serres, más bien lo contrario.
Que lo que está en juego en Serres sea volver perceptibles e insoportables las múltiples operaciones de
expropiación y apropiación llevadas adelante por el mercado no está aquí en discusión, en este sentido
estoy de todo corazón con él. Sin embargo, el hecho de que asocie los desechos y las marcas, como gestos
de suciedad, a un origen animal me parece mucho más problemático que el gesto de apropiación que se
identifica, en su caso, con el de la desapropiación y la exclusión22. La ecuación es demasiado apresurada.
Porque esta puesta en relación no puede hacerse más que al costo de una doble significación, una doble
negligencia. Primero, para empezar, porque esta ecuación vuelve a olvidar que el territorio para un tigre, un
perro o un ruiseñor, no es uno, y no es sin duda “uno que” podría unificar un conjunto de conductas; luego,
porque ese régimen de propiedad bajo la forma del acaparamiento me parece que define el hecho de habitar
de una manera demasiado obvia. Abogando por una forma de naturalidad de las conductas territoriales
para denunciar el derecho que se atribuyen algunos de echar a perder el aire, el campo sonoro, las cosas
colectivas y el espacio, Serres asocia, sin ponerlo en cuestión ni un solo momento, el comportamiento
17 Michel Serres, Le Mal propre, op. cit., p. 5.
18 Ibid., p. 7.
19 Ibid., p. 11.
20 Ibid., p. 7.
21 Ibid., p. 15.
22 Véase, para la referencia explícita, Le Mal propre, op. cit., p. 43.