solamente una cuestión de estilo lo que está en juego en estas analogías y comparaciones, una cuestión
de estilo político o epistemológico, es igualmente un asunto de gusto. Isabelle Stengers propone volver a
dar al “sapere aude” kantiano, al “atrévete a saber”, su sentido original. El de un poeta, el del poeta romano
Horacio: “Atrévete a probar”. Aprender a conocer, escribe ella, es aprender a discriminar, aprender a
reconocer lo que importa, aprender cómo las diferencias cuentan y aprenderlo en los riesgos y los efectos
del encuentro, es decir, conectándose con la multiplicidad inherente de lo que importa para esos seres que
quisiéramos conocer y lo que hacen importar. Es un arte de las consecuencias13.
Esta es exactamente la razón por la que estaba tan consternada con la lectura del libro de Michel
Serres, Le Mal propre El mal propio14. Lo estaba —tanto— porque, hasta entonces, el trabajo que había
emprendido para “desterritorializar” las preguntas y los conceptos, para sacarlos de los campos disciplinarios
y las temporalidades a los que estaban vinculados, se emparentaba a una obra arriesgada e
imaginativa de creación de conexiones, de traducciones e intertraducciones, de conexiones fructíferas.
Así, cuando hace la pregunta, en El contrato natural15, de “¿en qué idioma hablan las cosas del mundo
para que nosotros podamos entendernos con ellas por medio de un contrato?”, vemos cómo se establece
una verdadera red de analogías que yo calificaría como generativas, analogías que enriquecen los términos
de la comparación, analogías por las cuales son vueltas sensibles, bajo los efectos de las puestas en
relación, cualidades hasta entonces desapercibidas y por las cuales son reactivados los intercambios de
potencias de actuar entre las cosas y entre los vivos: lo mismo para la tierra, de la cual Serres nos dice
que nos habla en términos de fuerzas, vínculos y de interacciones. En un libro posterior, Darwin, Bonaparte
et le Samaritain, une philosophie de l’histoire Darwin, Bonaparte y el Samaritano, una filosofía de la
historia, Serres retomará esta idea, articulándola esta vez en particular con la escritura. La lectura, dice,
no está limitada, tal y como nosotros entendemos usualmente, a la lectura de los códigos de la escritura,
como saben los buenos cazadores, capaces de leer, en los rastros dejados por los jabalís, su edad, su
sexo, su peso, su talla, y miles de detalles más: “El buen cazador lee después de haber aprendido a leer.
¿Qué descifra? Una huella codificada. Esta definición puede utilizarse para caracterizar a la escritura humana,
en sí misma histórica”16. Porque la escritura, continúa Serres, es el rastro de todos los seres, vivos
y no vivos, todos escriben “sobre las cosas y entre ellas, las cosas del mundo las unas sobre las otras”.
El océano escribe sobre el acantilado rocoso, las bacterias escriben sobre nuestros cuerpos, todo, fósiles,
erosiones, estratos, luces de galaxias, cristalizaciones de piedras volcánicas… es dado a leer. Leíamos
antes de escribir y esta posibilidad abre la escritura a otros registros, como “conjunto de trazas que
codifican un sentido”. “Si la historia comienza con la escritura, entonces todas las ciencias entran, con el
mundo, en una historia nueva y sin olvido.” Por supuesto, esto son pasajes arriesgados que Serres hace,
traducciones que ligan lo que parecía estar destinado a permanecer desligado –aunque solo sea porque el
excepcionalismo humano preside cuidadosamente estas separaciones de registros. Y este es justamente
el motivo que anima a Serres, romper con el sórdido hábito de poner al humano en el centro del mundo
y de los relatos, abrir la historia a miríadas de seres que cuentan y sin los cuales no estaríamos aquí.
13 Isabelle Stengers, Civiliser la modernité? Whitehead et les ruminations du sens commun, Les Presses du réel,
coll. “Drama”, p. 135-138.
14 Michel Serres, Le Mal propre. Polluer pour s’approprier?, Le Pommier, 2008.
15 Michel Serres, Le Contrat naturel, Flammarion, coll. “Champs”, 1990.
16 Michel Serres, Darwin, Bonaparte et le Samaritain. Une philosophie de l’histoire, Le Pommier, 2016, p. 16
y siguientes para todas las citas.