Agregará, algunas páginas más adelante, que lo que él llama disposición para conservar un territorio se traduce
como disposición para quedarse en un lugar en particular en un momento particular. Incluso el padre
de la etología, Konrad Lorenz, cuyo libro La agresión. Una historia natural del mal no está exento, ni mucho
menos, de analogías verdaderamente sospechosas y poco problematizadas, insistirá en distinguir el territorio
de la propiedad: “no debemos representárnoslo como una propiedad natural, limitada por fronteras
geográficas fijas, inscritas por así decir en el catastro”10. El territorio, continúa, puede asimismo, en ciertas
circunstancias y para algunos animales, no estar tan ligado al espacio como al tiempo. Así, los gatos establecen
lo que él llama “un horario de utilización”: un mismo espacio no es dividido sino compartido en el
tiempo. Los gatos dejan marcas olfativas a intervalos regulares. Si un gato encuentra una de estas marcas,
puede saber si está fresca o si data de algunas horas antes. En el primer caso cambia de itinerario, en el
segundo continúa tranquilamente su camino. Estas marcas, dice Lorenz, “actúan como las señales de un
camino férreo que impiden de forma análoga la colisión de dos trenes”.
Pero esta prudencia de Lorenz frente a los malentendidos (prudencia completamente relativa puesto
que, en la misma página, encontraremos igualmente la idea del territorio como “cuartel general”) no está,
no obstante, tan bien distribuida como para dejar pensar únicamente en lo que acabamos de decir. Hablé
de los ornitólogos, pero ellos no son los únicos que se interesan en los territorios de los animales. Es allí,
como se suelde decir comúnmente, donde las cosas se complican11.
Así, encuentro en el inventario histórico que elaboró la ornitóloga Margaret Nice una cita de Walter
Heape que escribe, a finales de la década de 1920, en un libro consagrado a la emigración, la inmigración y
al nomadismo, que “los derechos territoriales son derechos (rights) establecidos en el seno de la mayoría de
las especies animales. No hay duda de que el deseo de adquirir un lugar territorial dado, la determinación
de mantenerlo por el combate si fuese necesario y el reconocimiento de los derechos tanto individuales
como tribales predominan en todos los animales. De hecho, podemos sostener que el reconocimiento de
los derechos territoriales, uno de los atributos más significativos de la civilización, no es sólo producto del
hombre, sino que fue un factor inherente de la historia de la vida de todos los animales”12. ¿Debería precisar
que Heape es embriólogo y no ornitólogo? ¿Debería también tener en cuenta lo que descubro buscando
un poco: el hecho de que se haya vuelto célebre tras haber logrado, en 1890, la primera implantación de
embriones de conejo de angora en el útero de una coneja doméstica, llamada liebre belga, inseminado tres
horas antes por un congénere? ¿Esto importa? ¿El éxito de esta implantación entre dos seres diferentes
(los dos conejos de angora y las dos pequeñas liebres belgas nacidas de la operación podrían atestiguar
su logro) habría incitado a Heape, como una forma de autorización que se habría dado a sí mismo, a entregarse
a otro tipo de implantaciones, sin medir que se tratan de riesgos de otra naturaleza, que exigen otro
tipo de precauciones? Proponiendo esta hipótesis exagero, claro está, y estoy de alguna forma, yo misma,
deliberadamente, efectuando pasajes sin precaución, y que no son tampoco del mejor gusto. Porque no es
10 Konrad Lorenz, L’Agression. Une histoire naturelle du mal, trad. Vilma Fritsch, Flammarion, 1963, p. 44-45.
11 Deliberadamente, dejaré pasar el libro de Robert Ardrey, The Territorial Imperative, que busca, en el mundo animal, los orígenes
instintivos de la propiedad y las naciones (nada menos). Bajo el disfraz de una invitación a la humildad (aceptemos nuestros orígenes
animales y nuestros instintos, todo irá bien), el lector se ve infligido con un retorno a la ley natural más conservadora y patriarcal
de nuestras organizaciones sociales. Para no perder tiempo, nos contentaremos con abordar la crítica que hizo Engels a finales del
siglo XIX a los darwinistas sociales, cuando denuncia lo que él llama “un truco de magia”. Transponemos nuestros conceptos, usos
y categorías de la sociedad a la naturaleza, luego los aplicamos de nuevo a la sociedad, y estas categorías, organizaciones o usos
se convierten en leyes naturales.
12 Margaret Nice, “The role of territory in bird life”, op. cit., p. 470.