Unicum arbustum haud alit Duos erithacos
(Un árbol no cobija dos petirrojos)
Proverbio de Zenódoto de Éfeso (filósofo griego, III siglo a.C.)
Es esta metamorfosis el devenir territorial de los pájaros lo que intrigó verdaderamente a los
científicos. No sólo intrigó: impresionó. ¿Cómo pueden los pájaros, a los que hemos visto –a algunos de
ellos– vivir juntos tranquilamente durante el invierno, volar en conjunto, buscar juntos comida, querellarse
a veces por lo que parecen ser nimiedades sin consecuencias, en un momento dado, cambiar comple-
tamente de actitud? Se aíslan los unos de los otros, eligen un lugar y se acantonan allí, donde cantan sin
cesar desde uno de sus promontorios. Pareciera que no soportan ya la presencia de sus congéneres y se
abandonan frenéticamente a todas las extravagancias de amenazas y ataques si uno de ellos pasa una
línea, invisible a nuestros ojos, pero que parece que dibuja, con una precisión destacable, una frontera. La
extrañeza de su comportamiento es sorprendente, pero más aún lo es la agresividad, la determinación y la
pugnacidad de sus reacciones hacia los otros, y sobre todo lo que llamaremos más tarde el “lujo” increíble
de los cantos y de las posturas –colores, danzas, vuelos, movimientos de los más extravagantes, todo es
espectacular, todo es fuente de espectacularización. Y la redundancia también sorprendente de sus rutinas
de asentamiento. Henry Elliot Howard describió, en 1920, el devenir territorial de un escribano palustre
Emberiza schoeniclus macho al que observaba cerca de su casa, en la campiña inglesa de la región de
Worcestershire. El pájaro se establece en los pantanos de un lugar arbolado por pequeños alisios y sauces.
Cualquier árbol serviría para posarse y vigilar los alrededores, pero el escribano palustre elegirá sólo uno
que se va a volver, de alguna forma, el punto más importante en relación con el espacio ocupado, su “cuartel
general”, diría Howard, la sede a partir de la cual advertirá de su presencia a través de su canto, vigilará
los movimientos de sus vecinos y partirá en búsqueda de comida. Podremos observar la puesta en práctica
de una verdadera rutina que parte de lo que se vuelve el centro del territorio: el pájaro parte del árbol, va
a posarse en un arbusto más lejos, luego sobre un junco un poco más lejos aún, y luego regresa al árbol.
Repetirá estos trayectos en todas las direcciones con una regularidad remarcable. Su redundancia dibuja el
territorio y fija progresivamente los límites.
Otras descripciones son posibles. No tardarán, porque Howard dio un verdadero impulso a toda
una corriente de investigaciones. Todos los científicos que trabajaron en este dominio lo reconocen como
su verdadero fundador. Su libro Territory in Bird Life Territorio en la vida de los pájaros, aparecido en 1920,
no sólo presenta descripciones más minuciosas, sino que propone una teoría coherente que permite dar
cuenta de sus observaciones: los pájaros se aseguran un territorio que les permitirá aparearse, construir el
nido, proteger a los pequeños, encontrar la suficiente comida para alimentar a la nidada.
Precisaré por un lado que Howard no era un científico profesional, sino un naturalista apasionado
por la observación de pájaros, a los cuales les consagraba las primeras horas de cada una de sus jornadas,
antes de ir al trabajo. Pero los científicos tomarán el relevo y lo reconocerán como el verdadero pionero de
este nuevo campo de investigaciones. El territorio, tal y como Howard lo concibe, puede volverse un buen
objeto científico: se vuelve susceptible de ser explicado desde las “funciones” que cumple en relación
con la supervivencia de la especie. Los ornitólogos hablarán, además, para marcar el ingreso del objeto
en el dominio de la ciencia, de un período “pre-territorial”, que designa el campo de las tentativas teóricas
anteriores a Howard. Por otro lado, precisémoslo también, Howard no fue, de hecho, el primero en haber
asociado el comportamiento territorial con las funciones que este puede asegurar y con las exigencias de la