Los mamíferos deben resolver un problema que es mucho menos difícil para los pájaros: el de estar presentes
en todas partes. Los pájaros se benefician de una movilidad mucho más grande, pueden recorrer
muy rápidamente el territorio de un punto al otro, cosa que no pueden hacer los mamíferos, especialmente
porque desean permanecer ocultos. El problema de la circulación en la especie –poder estar o no en
todas partes– y el problema de la necesidad de ser visto o de esconderse, han sido resueltos en cada caso
mediante una relación diferente de la presencia en el tiempo: con el canto y las exhibiciones, el pájaro está
en un régimen de presencia actual; con las marcas, los mamíferos adoptaron un régimen de presencia
histórica. Las marcas tienen efectos en un tiempo relativamente largo (en relación con la presencia actual),
el animal está presente en todos lados al mismo tiempo, aunque no lo haya estado más que anteriormente.
Lo que dejan será quizás, en este marco, del orden del engaño, crean un efecto de presencia en la ausencia.
Pero un engaño del cual nadie es víctima, lo que no cambia en nada su eficacia, porque hay un “¡ten
cuidado!”, un “¡presta atención!” en cada mensaje. Y este es bien recibido. Las marcas identifican entonces
ese proceso designado con el nombre de “estigmergia”, o “reglas no locales de interacciones”, por las
cuales el comportamiento de algunos animales puede afectar a distancia –sea esta espacial o temporal– el
comportamiento de otros –como hacen las hormigas, dejando detrás de ellas feromonas que modificarán
el trayecto de aquellas que las siguen. Es un modo de presencia que crea ciertos modos de atención.
Es, además, bastante triste que Serres, que había sabido convocar, con el argumento de la escritura generalizada,
los rastros de los animales en tanto que dispositivos de escritura increíblemente sofisticados,
capaces de traducir una gran cantidad de cualidades y mensajes, no pensara, o más bien olvidara deliberadamente,
que el cazador no es el único en leer los rastros, que los animales no dejan de hacerlo, y que
sin duda leen mucho más y mejor que los humanos, y que los haya reducido aquí –a esos rastros— a una
sola función: ensuciar para apropiarse.
Hay aún otra cosa más, sobre la que volveré después (porque el canto podrá recibir una interpreta-
ción parecida): si se ha demostrado que la marca crea efectos de presencia en la ausencia, algunos autores
han propuesto, también, especialmente con respecto a las cabras de las Montañas Rocosas o a ciertos
animales en cautiverio, que las marcas serían igualmente una forma de extensión del cuerpo del animal en
el espacio25. En ese contexto, el término “apropiación” toma otro significado, se trata ahora de transformar
el espacio no tanto en “suyo” sino en “sí”. Lo que es “sí mismo” y lo que es “no-sí mismo” se vuelve tanto
más indeterminado cuanto que muchos mamíferos no sólo marcan los lugares y las cosas, sino que también
marcan sus propios cuerpos con sus propias secreciones, transfiriéndolas a diferentes partes de sus
cuerpos. Más asombroso aún: muchos de ellos se impregnan también del olor de las cosas del lugar territorializado,
de la tierra, las hierbas, la carroña, la corteza de los árboles. El animal deviene entonces animal
apropiado por y al espacio, que se apropia marcándolo, creando con los lugares un acuerdo corporal por el
cual el “sí mismo” y el “no sí mismo” se vuelven indistintos.
Estamos, lo vemos, ante algo mucho más complejo que el simple régimen de la apropiación que
describe Serres, y podría continuar la lista de esas diferencias puntuales de algunas semejanzas parciales y
ella sería casi infinita. Pero sobre lo que intento insistir es sobre el hecho de que la cuestión de los territorios,
y lo que podemos aprender de ellos, no es una cuestión “todo-terreno”. El pasaje de un territorio a otro
–ya sea el de tal o cual animal al que los investigadores dirigen sus preguntas, o el de las prácticas de los
científicos– no puede hacerse, así, sin precaución, sin atención a la increíble diversidad de maneras de ser
que los territorios contribuyeron a inventar. Y es por esto, igualmente, por lo que insisto sobre el hecho de
25 Valerius Geist, a propósito de las cabras de las Montañas Rocosas: “On the rutting behavior of the Mountain Goat”,
Journal of Mammalogy, vol. 45, 4, 1965, p. 562; Heini Hediger, sobre los animales en cautiverio: Wild Animals in Captivity,
Butterworths, Londres, 1950.