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Colección del IVAM. XXV Aniversario

22 En relación a la primera mitad del siglo la figura artística que mejor expresa el anclaje con la Vanguardia histórica es Julio González. La adquisición de un número importante de obras del artista en los inicios del museo ha permitido al IVAM disponer hoy del fondo más importante del artista. Este hecho hace que el inicio de la exposición haya sido pensado como un diálogo de Julio González con artistas de los años 20 que como Torres García y otros, autores bien representados en las colecciones del Museo, presentan los diferentes lenguajes que las Vanguardias desarrollan en ese momento. La atención prestada por la Colección a los años 20, 30 y 40 permiten al IVAM recorrer la primera mitad del siglo con piezas fundamentales sobre las que construir una lectura seria de las tensiones que recorren aquellas décadas. Más que centrarse en figuras ya canónicas para toda historiografía se ha buscado construir constelaciones que articulen los diferentes discursos que desde el futurismo al constructivismo, del dadaísmo al surrealismo, del organicismo a las diferentes utopías espacialistas atraviesan la primera mitad del siglo desembocando dramáticamente en los escenarios que la Gran Guerra representa. Un final de las Vanguardias y de los ideales que habían sustentado a lo largo de un apasionado viaje cargado de experimentos. Un final que como Walter Benjamin reconociera anunciaba la catástrofe de una época. Allí se encuentran junto a Julio González o Torres-García, Brancusi y Matisse, Picasso y Miró, Alexander Calder, Pevsner y Gabo, Schwitters o Moholy-Nagy, Duchamp y André Masson, junto a materiales fundamentales de la amplia experiencia del constructivismo ruso, tan atento a las formas gráficas y al juego compositivo que hiciera posible la ideación de un nuevo universo utópico. Hasta llegar a los dramáticos años 40 en los que la tensión de la época transforma los lenguajes del arte, llevándolo a participar en un nervioso juego de denuncias y agitación política y que reúnen en la exposición obras como las de George Grosz, John Heartfield, Josep Renau junto a obras relevantes de la agit-prop soviética, todo ello articulado por la escultura de Jacques Lipchitz, pensado como totem sacrificial de un tiempo víctima de sus propias contradicciones. La metáfora utilizada por Th. W. Adorno en su Äesthetische Theorie como aproximación al arte moderno: “El fragmento es la presa que hace la muerte en la obra de arte. Al destruirla le quita también la mancha de su apariencia», remite tanto a las condiciones culturales en las que surge el arte del siglo XX, cuanto a los límites que circunscriben todo intento interpretativo del mismo. Y si ya al inicio de esta obra afirmaba que «al perder las categorías su evidencia a priori, también la perdieron los materiales artísticos, como las palabras en la poesía» –reconociendo en la Chandosbrief de Hofmannsthal el más enérgico testimonio de ello–, más adelante y como desarrollo de los mismos supuestos precisará que todo el arte de nuestro siglo debe entenderse articulado a un problema de lenguaje, fundado en la crisis que inaugura el nihilismo, interpretado éste como el abandono de una ilusión fundamental, que había regido las estrategias de la cultura del clasicismo. que no es otra que la de la simetría del orden del lenguaje y el orden del mundo. Así entendida la crisis del fin-de-siècle es fácil comprender también el programa de las Vanguardias tal como se postulan en las primeras décadas del XX. Entendida como crisis de lenguaje, desde los primeros Manifiestos se respira la atmosfera de le libertad y construcción, de experimento y ensayismo, de tensión utópica y futuro. Es la crisis que abrirá las nuevas posibilidades del arte, la que hará posible lo que el mismo Schönberg escribiera en su Harmonielehre de 1911: “tras la emancipación del tono, todo acorde es posible”. Todo acorde y toda forma son posibles y en ese viaje la idea de construcción es central. Peter Bürger en su Theorie der Avantgarde señalará la autonomía estética que el arte conquista en el proceso de experimentación de los primeros movimientos vanguardísticos. Es esta autonomía la que dará al arte la dimensión áurica y propositiva frente a los otros componentes de la cultura. Se trataba de construir una nueva cultura y el arte había hecho suyo este deseo y este sueño. Al final sabemos que se trató de un sueño soñado. La Segunda Guerra significó un final de época y abrió un tiempo de 4 silencio y nuevos lenguajes que, tras el final de las Vanguardias, comenzarán a aparecer en el nuevo escenario del arte. Ya a mediados de los 50 podemos identificar las nuevas propuestas que en términos descriptivos pasan por el Informalismo europeo y el Expresionismo abstracto americano. Figuras como Dubuffet, Fautrier, Burri o Tàpies, de un lado, como los de Franz Pollock, Arshile Gorky, Franz Kline o Barnett Newman, de


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